Advertencia previa: los datos que hoy en día tenemos de Grecia en la Antigüedad son muy escasos y se remiten sobre todo a Atenas. Hay documentadas algo más de 1000 ciudades griegas, pero no sabemos nada de la mayoría. Hay mucha información sobre Atenas, algo sobre Esparta y muy poco de algunas más. Por lo tanto, generalizar sobre Grecia es peligroso. Entendamos que la mayor parte de la información sobre la ciudad del Partenón es posiblemente aplicable a otras, pero sin una total seguridad.)En el mundo Antiguo toda cultura tenía una visión del cosmos muy egocéntrica. Hoy en día también, pero en aquella época más todavía. Es normal. No había internet. No había globalización. Para un campesino egipcio, por ejemplo, su mundo se reduciría prácticamente a su aldea, su campo, el Nilo y lo que hubiese pocos kilómetros tirando para el norte y para el sur. Lo que está fuera de los parámetros culturales conocidos se hace extraño e incluso hostil. Un buen ejemplo nos lo ofrecen los griegos. Los escritos que nos han llegado de los intelectuales de la antigua Grecia están repletos de ejemplos de etnografía en los que todo aquello no reconocido como griego es “bárbaro” (que originalmente sólo significa “extranjero”), ajeno, y por lo tanto, inferior. Aquello que fuese diferente a lo griego era motivo de burla, escarnio y horror.
Pero eso también funcionaba al revés. La guerra es una forma de verlo. Pensad en lo siguiente: pongamos que eres un soldado persa de los normalillos, de esos pobres diablos reclutados en las levas. Vives en una satrapía, donde puedes vivir más o menos a tu bola, pero siempre obedeciendo al sátrapa, que es algo así como el delegado del Rey de Reyes. Eres movilizado cuando tu rey lo ordena, vas a donde él ordena que vayas y te peleas con quien él te ordene pelear, siguiendo una estrategia de combate más o menos típica: esto es la guerra, todo vale. Y entonces llegas a Grecia. Y observas que los griegos, cuando tienen que luchar entre sí, tienen un modo muy peculiar de resolver sus disputas. Se reúnen en un lugar para combatir, hacen los sacrificios a los dioses, avanzan todos juntos al ritmo de flautas, empujan un poco y, cuando uno de los bandos rompe la formación, la batalla se termina, cada uno recoge a sus muertos y hala, nos vamos para casa. Ah, y no se pelea en invierno, o cuando hay festividades religiosas. La reacción lógica es decir “Están locos estos griegos”
Pues más o menos la cosa era así. Los ciudadanos de las ciudades griegas votaban a favor o en contra de ir a la guerra contra otra ciudad en la asamblea (en las ciudades “democráticas”), y debían pensárselo muy bien, porque después eran ellos mismos los que tenían que combatir. Los ejércitos de estas polis (ciudades) estaban formados, en gran parte, por ciudadanos, que además tenían que procurarse ellos mismos el armamento, lo más básico, la lanza y el escudo. Lo más importante era éste último, el hoplon. El término significa, en sentido genérico, “arma” (de ahí procede la palabra “panoplia”), y más específicamente puede referirse al escudo característico griego, muy grande y de forma circular, pensado para cubrir la mitad del cuerpo del hoplita y la mitad del cuerpo de su compañero. De ahí procede el nombre de “falange hoplítica”, la táctica militar más habitual de los griegos, y su inconfundible forma. En las falanges, los ciudadanos-soldado se apiñaban codo con codo en filas muy apretadas porque su vida y su victoria dependían inevitablemente del hoplita de al lado, que tenía que cubrirlo con su escudo. Una bella metáfora de la solidaridad y la fuerza en la unión.
Así pues, una vez declarada la guerra, y teniendo en cuenta que la estación fuese la veraniega y que no se celebrasen las olimpiadas u otras celebraciones, se organizaban campañas tremendamente breves en las que los ejércitos avanzaban hacia el territorio enemigo hasta encontrarse. Cuando estaban cerca de coincidir se escogía un lugar para la batalla, se hacían los sacrificios pertinentes, formaban filas y cargaban los unos contra los otros, al compás de flautas u otros instrumentos y habitualmente con cánticos y gritos guerreros en la boca. Las batallas no solían durar mucho (pensad en lo cansado que debe de ser sujetar ese escudo y otras armas durante toda una mañana) y las bajas acostumbraban a ser mínimas. La falange hoplítica, pese a ser muy vulnerable por los flancos y la retaguardia, era prácticamente indestructible por el frente, pero si la formación se rompía los hoplitas pasaban a ser presas fáciles. Por lo tanto, lo habitual era que cada ejército hiciese presión hasta que una de las dos falanges se quebraba, momento en el cual ésta iniciaba la retirada. Los contrarios, en ese momento vencedores, iniciaban una breve persecución, matando a unos cuantos adversarios, para después retirarse y dejar quecada cual recogiese a sus muertos. Esto último es muy importante, y se dan casos de oficiales griegos que causaron la furia de sus ciudades por no haber sido capaces de recoger los cadáveres de sus soldados. En fin, así se resume la batalla. La falange triunfante se apoderaba, además, de las armas de los vencidos, erigían un trofeo en el lugar de la batalla y volvían a casa a celebrar la victoria y a hacer los debidos sacrificios de agradecimiento.
Una última curiosidad. Antes dije que “bárbaro” no significaba otra cosa que “extranjero” (no literalmente). Esta palabra, que hoy en día tiene otras acepciones, procede del latín barbarus, y a su vez del griego bárbaros, y su origen es onomatopéyico. Expresa la idea de que, cuando escuchas hablar a alguien en una lengua que no conoces, todo lo que entiendes es algo así como “bla, bla, bla” (“bar, bar, bar”), es decir, no entiendes nada, es un balbuceo ininteligible. Es muy similar a la palabra “bereber” o “beréber”, que procede del árabe clásico barbar, que tiene el mismo sentido. Divertido, ¿verdad?