fbpx
Saltar al contenido

La Reseña: Los renglones torcidos de Dios

100_8649

A veces me ocurre algo muy curioso con la literatura. Para explicarlo tendría que usar el símil de los viajes de placer. Estamos en una playa paradisíaca, en una ciudad monumental… El viaje estupendo, el hotel maravilloso… no podríamos pedir más. Pero hay un día, uno, en el que se pincha la pompa de jabón con la que nos sentíamos flotar por el aire. Y en ese momento, lo único que nos apetece de verdad es volver a casa.

Pues eso es lo que me ocurre a mí con ciertos libros. Sé que está bien leer todo lo nuevo. De hecho me encanta ir alternando el marketing más salvaje con el que nos golpean desde los medios de comunicación, con obras de autores que se están dando a conocer, muchos de ellos ya casi amigos por esta afición a la escritura que nos une.

Pero hay un momento en que necesito volver a los clásicos, a los de siempre, a los que me siguen emocionando a través de los años y a los que, por supuesto, ya había leído.

Esta vez, he empezado septiembre con Los renglones torcidos de Dios. Alicia es una detective que ingresa en un manicomio para investigar un asesinato. Para hacerlo, se hace pasar por una enferma mental, confabulada con el director de la institución. La trama se complica cuando el director desmonta el argumento, y asegura no tener nada que ver en todo ese enredo, producto de la mente de una enferma.

Ese es el reto que el escritor nos propone. Es un juego en el que el lector irá subiendo y bajando en la montaña rusa de las emociones, irá pasando a capricho del autor, y según las pistas que éste nos deje ver, de la creencia a pies juntillas en la profesionalidad de una detective brillante, a la duda punzante sobre el equilibrio mental del mismo personaje. ¿Es realmente una paranoica con una inteligencia fuera de lo común? ¿O hay alguien a quien le interesa que sea eso lo que crean los doctores?

Dicen que Torcuato Luca de Tena, se internó durante dieciocho días en una institución psiquiátrica de la época -años setenta- para documentarse. No cabe duda que aquella experiencia debió de dejar en él una huella profunda, porque a través de esa pluma cuidada, a veces incluso arcaica en el lenguaje, se dejan entrever de forma muy clara sus sentimientos. Es evidente que ser espectador en primera persona, mirar a angustia a través del escaparate, tuvo que influir en su forma de transmitirnos el horror hacia la enfermedad, la misericordia hacia esos seres humanos que tienen la desgracia de perder la dignidad, y la admiración, la profunda admiración hacia los doctores y los enfermeros que parecen hechos de un material especial, de una sustancia con la que sólo a algunos elegidos, se les construye el corazón.

Relata, además, de una manera muy interesante, el duelo entre la forma más antigua de mirar la locura, y las nuevas tendencias que se empezaban a imponer en ese momento. Tendencias que afortunadamente han llevado a esa rama de la Medicina a ser lo que es hoy en día.

Dios escribe derecho con renglones torcidos, dice el autor. Y hay veces que esa caligrafía divina te deja el alma llena de tachones. Creo que es justo que nos asomemos con esta obra genial, al pozo hondo y terrible en el que a muchas personas les pone la vida. Se lo debemos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *