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Pluma y Tintero: Perder la cabeza

anden 4 tmSon las ocho y cinco de la tarde, el sol da en los bancos de la estación con una intensidad que hace que me duela terriblemente la cabeza. Ha sido un día duro, y lo único que quiero es poder llegar a casa y meterme en la cama, mi cama.

Dos parejas de jubilados y unos cuantos «guiris» me acompañan en la espera, cada uno con una idea distinta en la cabeza. De la nada, un ruido ensordecedor aparece para molestarme. Tres jóvenes, cargando pesadas maletas, arrastran en grupo una especie de baúl con ruedas. La rugosidad del piso provoca el ruido, que hace que todos los que estamos allí levantemos la cabeza de nuestros asuntos y observemos.

Los tres jóvenes ríen, hablan en un idioma que no puedo reconocer, pero lo cierto es que, a simple vista, nadie diría que son extranjeros. Dejan el baúl en el centro y dos de ellos encienden sendos cigarros mientras el otro, el que me da la espalda, abre una botella de agua y se pone a beber. Todo habría sido medianamente normal de no ser por él.

No fue su sonrisa, tampoco que tuviese una de esas barbas de bastante más de tres días que me vuelven loca, ni siquiera su camiseta de ACDC igualita a la que yo utilizo para dormir, cuando duermo sola. Fue su forma de mirarme. Cuando por fin se dio la vuelta y ambos pudimos ponernos cara, sus ojos parecían estar viendo algo único en el mundo. Una mezcla de sorpresa e intriga, incluso me aventuraría a decir que en parte deseo. ¿Me miraba realmente a mí? ¿No estaría alucinando y lo que hacía realmente aquel chico misterioso era mirar el paisaje que había detrás?

Vergonzosa, dejé de mirar. Justo en ese momento la megafonía anunció la vía donde el tren que debía llevarme de vuelta a casa estaba estacionado. Comprobé que tuviese todo y me dirigí hacia el primer vagón. Una manía, siempre me gusta llegar a los sitios antes de tiempo, incluso con la diferencia de unas milésimas de segundo que te concede la distancia entre un vagón y otro. Sin duda, estoy viendo los paisajes antes que los del último vagón. Algo es algo.

En el momento en que pulsé el botón de apertura de la puerta, oí cómo los tres jóvenes arrastraban su extraño baúl detrás de mí, y vi posteriormente sentada en mi incómodo asiento, cómo se peleaban con él para subirlo.

Decidida a olvidarme de su mirada, enchufé los cascos a mi móvil, cerré los ojos, y me dispuse a perder la vista en los paisajes y a dejar que el tiempo pasase rápido hasta mi llegada al añorado hogar.

Música. Reproducción aleatoria. Suena una guitarra… «Necesito droga y amor» de Extremoduro. ¡Venga ya! Bueno, al menos no es ACDC. La siguiente canción que suena es «TNT»

Pensando en cualquier cosa menos en lo que realmente debería estar pensando, siento la boca seca. En el siguiente vagón hay una máquina de autoservicio de bebidas, así que cojo mi cartera y voy hacia allí. Nada más abrirse las puertas automáticas, los veo. Sus compañeros van hablando. Él mira tras la ventana pero, al oír la puerta, sus ojos se dirigen a mí, y la misma sensación recorre mi cuerpo.

Introduzco el dinero en la máquina mientras noto cómo me invade un calor incontrolable, por cada parte de mi cuerpo, incendiando mis mejillas. De repente, un golpe de valentía. Decido ser yo quien lo mira, y sus ojos, efectivamente, siguen fijos en mí. Le hablo con mi mirada y me meto en el servicio que hay justo al lado de la máquina, dejando la puerta abierta. Él parece entender, y no tarda ni diez segundos en meterse en el baño, cerrar la puerta y, sin mediar palabra, comenzar a devorarme la boca. Lo recibo con ganas. Me faltan manos para tocar en todos los sitios que quiero. Me faltan labios para besar.

Con prisa, nos quitamos la ropa. Él muerde mi cuello mientras desabrocho sus pantalones, se sienta y me coloca con seguridad sobre él. No me puedo creer lo que estoy haciendo, pero me encanta hacerlo. Cierro mis ojos y los abro de nuevo para verlo bien, sus ganas se ven perfectamente reflejadas en su mirada. Quiere algo, y lo quiere ya.

De pronto, siento una mano en mi hombro. Me sobresalto y miro asustada. «Perdona, tu agua ya ha caído, ¿me dejas coger a mí?» » Sí, sí, disculpa».

Miro hacia el vagón. Los dos amigos siguen hablando y riendo. Él ya no está.

En silencio, riéndome de mí misma, vuelvo a mi asiento. Me pongo los cascos.

«You’re just too good to be truth, can´t take my eyes off of you…».

 

Fátima Da Silva Sánchez, administradora de Aparentementeneurotica.blogspot.com

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