Para Carmen Amoraga no cabe duda de que el año 2014 ha empezado con buen pie. En los primeros días de este enero que está resultando frío, a la autora le han concedido el Premio Nadal, del que ya había sido finalista en otra ocasión.
Entonces recordé que hace unos meses yo leí una obra de ella que me gustó por la forma de retratar los personajes, por la frescura narrativa con la que contaba una historia que a mí me pareció dramática. Esa novela se llama El tiempo mientras tanto y es de la que os quiero hablar hoy.
De Carmen Amoraga no hablan bien ciertos sectores de la crítica literaria más ortodoxa. Dicen de ella, muy escandalizados, que es una escritora romántica, como si eso fuera ya en sí mismo motivo de desprestigio.
Yo puedo entender que haya cierta animadversión hacia un tipo de novela extremadamente rosa, esa a la que yo denominaría de una manera coloquial “merengosa”, empalagosa para el paladar de los que quieren saborear la buena literatura. Pero ese tipo de escritura, que sería equiparable a las telenovelas con las que nos bombardeaban en la televisión de los ochenta, no tiene nada que ver con la forma de escribir de Carmen, que tiene como característica principal una enorme facilidad para mostrarnos por dentro a los personajes, para exponer sobre el mostrador del libro los sentimientos de las personas.
En El tiempo mientras tanto, la autora utiliza un momento brutal en la vida de una familia cuya hija sufre un accidente y se queda en coma, para hacer un repaso sentimental por la existencia de todos y cada uno de los que rodean a esa muchacha en la flor de la vida, que reposa en una cama esperando la muerte mientras duerme.
Alrededor de la habitación del hospital, la autora va desgranando la crónica de lo que ha sido hasta el momento de dejar de ser, la relación con sus padres, con su ex marido, con su amiga del alma. Pero tiene la habilidad de ir dejando ver también a través de ella, la realidad de todas esas personas que conformaban su vida, los pensamientos más profundos, la verdad más íntima de cada uno de ellos.
De una forma directa y sencilla expone el alma de los personajes que rodean a la protagonista ausente, mostrándonos la diferencia abrumadora entre lo que de verdad han sido y lo que a cada uno de ellos le hubiera gustado ser. Es un canto a la vida interior de cada cual, en ese momento trágico en el que nos encontramos a solas con nosotros mismos y ya no vale mentir ni simular que somos felices. Es un guiño a la verdad mostrada desnuda, cuando la única posibilidad que tenemos es ser honestos, aceptar lo que somos y perdonarnos a nosotros mismos todo lo que nos hemos perdido, la cobardía, la valentía o simplemente las circunstancias que nos ataron a lo que somos.
Enhorabuena por mi parte a Carmen Amoraga por ese premio que para cualquiera debe ser un sueño cumplido. Bienvenidos sean los sentimientos. ¿Es que acaso es otra cosa la literatura?
M. Carmen Orcero. Autora de A la sombra de los Tamarindos.