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Historia: Navidad, Navidad, ese gran ejemplo de camuflaje

Ahora que estamos en febrero parece un poco raro ponerse a hablar de la Navidad, ¿no es cierto? Parece que voy un poco a destiempo. Sería más lógico hablar del carnaval y sus precedentes en las Saturnales y Lupercales del mundo romano. Pero qué queréis que le haga, soy graduado en Historia, y aquéllos que amamos esta disciplina tenemos el defecto de estar desfasados. Vamos con lag, si lo preferís.

Además, ¿quién dice que hay que cumplir con lo esperado? ¿Por qué seguir el tópico? Voy a pecar de hipster y voy a hablar de la Navidad cuando me salga de las razones históricas.

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El 24 de diciembre es Nochebuena y el es Navidad, y se supone que en ese señalado día, fum, fum, fum, celebramos el nacimiento de Jesús. Y como somos así de chulos, en vez de hacerle ofrendas a él, o al menos ponerle un cirio, nos dedicamos a hacernos regalos entre nosotros. Los Antiguos al menos sacrificaban animales a sus dioses, al igual que los hebreos y los musulmanes. Pero nosotros somos así de cutres.

Ahora bien… ¿Jesús nació esa noche? Esto ya lo he comentado antes, no sé si en esta revista o en otro lugar, pero la respuesta es que no. En los Evangelios se explica que los pastores ésos que recibieron la anunciación y que siempre representamos en el Belén estaban pastoreando ovejas y que pasaban la noche a la intemperie, sin ningún tipo de protección. De haber ocurrido esto en invierno, se habrían congelado. Lo más lógico es pensar que esto sucedió en primavera.

Durante los primeros siglos teólogos y expertos empezaron a discutir la fecha, sin conseguir ponerse de acuerdo. Se propusieron dataciones en enero, marzo, abril y mayo. La Iglesia armenia fijó la conmemoración en el día 6 de enero, y otras iglesias de Oriente, en el 8. En 345, durante el pontificado de Julio I (algunos lo sitúan entre el 354 y el 360, siendo papa Liberio), se fijó definitivamente en la noche del 24 al 25 de diciembre, fecha en la que en el mundo romano se celebraba el Natalis Solis Invicti, el nacimiento del Sol Invicto, conmemoración muy popular con la que se festejaba la llegada del solsticio de invierno.

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En la Antigüedad, en muchísimas partes del mundo, esta fecha tenía una gran importancia, pues es el momento del año en que el sol llega a su punto más bajo y parece, durante unos días, permanecer fijo y lejano en el ecuador celeste. Luego comienza su ascenso y los días se hacen más largos, anunciando así la llegada de la lejana primavera. En múltiples culturas se celebraba este renacimiento del sol y de las fuerzas de la naturaleza. Resulta muy significativo, que los más grandiosos pueblos del mundo antiguo (desde nuestro punto de vista) situasen el nacimiento de sus dioses de carácter solar, como Horus, Apolo o Mitra, justamente en el solsticio de invierno.

simismo, existen otros dioses o espíritus de las mitologías antiguas que morían durante el invierno y eran resucitados en primavera, simbolizando, nuevamente, el ciclo de la muerte y la resurrección de la naturaleza, el cual era celebrado a lo ancho y largo del Mediterráneo. Ejemplos son los cananeos Baal y Adón (y la versión griega de éste, Adonis), o el babilonio Tammuz.

En algunos lugares de Europa, especialmente entre los pueblos germanos, que tardaron más en ser romanizados y cuya cristianización fue más tardía e imperfecta, las celebraciones del solsticio de invierno perduraron, en su esencia más

ústicamente pagana, hasta bien entrada la Edad Media, allá por el siglo X de nuestra era. Y así es como, andando el tiempo, ha llegado hasta nosotros.

Como ejemplo ilustrativo, voy a hacer que os fijéis en cómo la iconografía nos sirve de ayuda para identificar los procesos de asimilación de unas religiones con otras, proceso en el cual las imágenes fueron siempre trascendentales. En el mundo antiguo, es frecuentísimo encontrarse representaciones de dioses que apenas se diferencian (o no se diferencian en absoluto) de los dioses de otras culturas (por no hablar de que muchos panteones religiosos acaban integrando en sí mismos muchos dioses foráneos).

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Bien. No sé si sabéis que el Cristo siríaco, el habitual Jesús que todos tenemos en la cabeza, vestido con humilde túnica, cabello largo y barba morenos o castaños, no se corresponde con las primeras representaciones del Mesías en pinturas, relieves y demás. La primera imagen que he escogido para ilustrar este artículo no es casual. Ése (el de la derecha), os lo creáis o no, es Cristo, en época romana. La divinidad de la segunda imagen no es otra que el Sol Invicto. Y la última se corresponde con Apolo y su hermana Ártemis (Apolo es, evidentemente, el de la derecha). ¿Veis alguna similitud? Lamentablemente, no tengo mucho hueco, así que no os puedo mostrar más, pero creo que esto basta para que comprobéis que las primeras manifestaciones visuales de Jesús en el arte se corresponden con un modelo “apolíneo” (joven, lampiño, etc.), en clara similitud con las representaciones frecuentes de las aludidas divinidades solares.

Así que ya sabéis, amigos. Todos estamos hasta el gorro de la abusiva materialización y comercialización de la supuesta fiesta sacra de la Navidad a favor del Monstruo del Capitalismo… pero, si no sois amigos de lo cristiano, no so abstengáis de celebrarla, pues de ese modo estáis conmemorando un antiquísimo rito pagano que rinde homenaje al sol y a las fuerzas cósmicas y naturales que rigen nuestra existencia como seres vivos en este planeta, año tras año, desde tiempo inmemoriales y para toda la eternidad (hasta que nos carguemos la Tierra). Y si sois cristianos… pues os recomendaría que dejaseis de celebrar la Navidad.

Artículo escrito por Brais Louzao Recarey.

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