Con esa manía mía de ir contra los tiempos que me caracteriza, mientras el resto del mundo anda pendiente de Crimea y aquí en España no dejamos de darle al pico con el recién fallecido Adolfo Suárez (en paz descanse), yo he decidido salirme por la tangente e inspirar el Rincón de la Historia de este mes en un tema totalmente distinto, aunque no deja de estar de actualidad. En los últimos meses se ha comentado bastante el tema de las alambradas mortales en la frontera con África y hemos visto escalofriantes imágenes con los resultados que sufren en carne viva, nunca mejor dicho, los desdichados que intentan saltarlas. ¡Mientras los hijos de puta del PP dicen que no, que es mentira, que no hay nada de eso! Muy bien, a tu puta casa. E irónicamente eso es lo que se hace después con los que consiguen llegar: intentar devolverlos a su casa. Y pensando en ello un rato de éstos, se me ocurrió este tema para hablaros hoy.
Por supuesto, lo que os voy a contar es sustancialmente diferente. No vengo a hablaros de repatriación de inmigrantes ilegales en tal o cual siglo antes de Cristo (no creo que existiese la inmigración ilegal, aunque desde luego sería algo curioso para investigar), pero sí de algo parecido. Las arenas del tiempo nos llevan en este caso al Próximo Oriente Antiguo, hacia el Norte de Mesopotamia, en los siglos IX, VIII y VII antes de la Era Común (una denominación aica). El escenario, Asiria (más o menos el actual Irak), un reino que desde el siglo X se recuperaba de un prolongado período de decadencia y resurgía de sus cenizas para florecer como un imperio que llegó a extenderse hasta el Norte de Egipto, la Península de Anatolia y el Golfo Pérsico. Lo que en mi disciplina se denomina como “Imperio neoasirio”. Los protagonistas, los grandes reyes de Asiria, desde Assurnasirpal II (883-859) hasta Assurbanipal (668-631).
El imperialismo asirio requería de un ejército muy numeroso para mantenerse, y las continuas guerras (a veces prácticamente anuales) eran una constante sangría de población, con lo que se producían vacíos demográficos en algunas zonas del imperio. Para tratar de poner remedio a esta situación, los monarcas utilizaban como recurso la deportación masiva de personas de las tierras conquistadas. Este fenómeno no era una innovación asiria: en todo Oriente Próximo se hacía esto, pero nunca a tan gran escala ni con tanta frecuencia. Se estiman unos cuatro millones y medio de deportados.
El mantenimiento del imperio no requería solamente de hombres para el ejército, sino también de trabajadores, por lo cual a menudo grandes contingentes humanos eran trasladados a zonas de trabajo, habitualmente importantes ciudades del imperio en las que se estaban llevando a cabo obras importantes. Evidentemente, las grandes deportaciones contribuían en gran medida a la aportación de mano de obra. Pero existían otras razones para estos trasvases. Es una forma de castigar a los individuos de un estado que se ha mostrado especialmente hostil ante asiria, y además es una forma excelente de aniquilar políticamente o al menos debilitar a los más enconados rivales de los asirios. ¿Cómo ofreces una resistencia organizada ante el invasor si el invasor reúne a toda tu gente y la dispersa por las “cuatro partes del mundo”? Es imposible, y eso los monarcas de Asiria lo sabían muy bien. Con este procedimiento se acababa con la resistencia a base de aniquilar su espíritu, desarraigando a la gente de su patria y separándola, anulando su fuerza.
Otro motivo para la deportación es la reactivación de la economía. Cuando una zona sufre una deportación importante queda despoblada, por lo que es necesaria una inyección de población para poner las tierras en producción, además de que es necesario un aparato administrativo eficiente para la buena marcha del lugar. De ese modo, el proceso se retroalimenta hasta el infinito. Además de ello, el traslado de personas permitía controlar las rutas comerciales y garantizar la seguridad y el buen funcionamiento del reino. Por último, muchos de los deportados eran también integrados en el ejército como tropas auxiliares.
Los trasvases se hacían por familias, lo que permitía mantener el marco más simple de producción económica (la unidad familiar), además de que permitía una cierta pervivencia del sentimiento de comunidad, de un origen y una cultura comunes (siempre y cuando no se convirtiesen en un problema), que ayudaban a sobrellevar la existencia en un entorno totalmente desconocido y extraño. Era útil hacerlo de este modo, porque así había menos posibilidades de que un deportado escapase de su nueva tierra o pasase a formar parte de un ejército enemigo (no es tan fácil desertar cuando sabes que estás abandonando a tu familia a su suerte y a las manos de los asirios).
Aunque las propias fuentes asirias indican a menudo que toda la población de un área es deportada, se trata probablemente de una exageración: es posible que, en realidad, se hiciese una selección de la población que iba a ser desplazada a otro lugar. Parece ser que no había ningún tipo de criterio ni de privilegio a la hora de seleccionar a la gente que iba a ser movida: son mencionados individuos de todo tipo, desde los más humildes a los más poderosos. Los individuos eran, por lo general, dispersados entre sitios diferentes, y al revés: familias de muy diversa procedencia eran aglutinadas en un único lugar, siempre atendiendo a las necesidades del imperio.
El viajecito, por lo que parece, no era precisamente de placer. En los relieves en que aparecen estos procesos representados a menudo se ve a los deportados atados por las manos, y a veces, por los pies también, por separado o en parejas. Así se evitaba que se escapasen o se rebelasen, y psicológicamente ayudaba a mostrar a los trasvasados cuál era su lugar respecto a los asirios. Legalmente, habían pasado a ser propiedad del monarca de Asiria. Hay incluso representaciones de personas que aparecen descalzas o directamente desnudas. A menudo en estas imágenes se ve a los “viajeros” portando bolsas en las que probablemente llevan sus enseres y acompañados de carros y ganado.
Los soldados asirios vigilaban de cerca a los grupos de deportados, asegurándose de que llegasen a su destino en condiciones aptas para trabajar y de que no surgiesen problemas durante la travesía.
El sistema, evidentemente, tenía su parte negativa. Las deportaciones, en realidad, acarreaban bastantes problemas. Una de las consecuencias era el evidente roce entre la población propia de una zona y la población recién llegada, deportada. La convivencia entre culturas no siempre es fácil, sobre todo cuando los foráneos son vistos como usurpadores que vienen a ocupar tus tierras, por muy mandados por el rey que sean. Además, aunque su fuerza esté anulada, los deportados no van a olvidar fácilmente lo que los asirios les han hecho, y a la mínima oportunidad no van a dudar en crear problemas y fomentar y apoyar los movimientos de rebelión. La proliferación de conflictos internos entre una población muy desigual y muy heterogénea posiblemente fue uno de los factores que condujeron al imperio asirio a su veloz caída tras el reinado de Assurbanipal. Por no hablar de que, como es evidente, los problemas demográficos asirios nunca fueron solucionados: mover a la población no genera más población.
Ya veis en qué mundo más loco vivimos, amigos. Hace más de dos mil quinientos años, los asirios querían gente, e iban a buscarla fuera. Hoy en día nos sobra gente, así que intentamos echar a los que vienen. Pero sea como sea, lo que no ha cambiado ni un ápice es que los poderosos nos manipulan como les sale de las pelotas para servir a sus propios intereses. Como si en vez de seres humanos fuésemos ganado, o materias primas que comprar y vender. Espero que esto os ayude, como siempre es mi intención, a reflexionar no sólo sobre el mundo de ayer, sino también sobre el mundo de hoy. ¡Hasta más ver, amigos! Que no os pillen las alambradas…
Escrito por Brais Louzao Recarey.
Fuente: HERNÁNDEZ, R., “Deportaciones en el Imperio neoasirio”, Desperta Ferro, nº 10, 2011, pp. 26-29.