
La bandera de Japón, artífice de una muy conocida
expresión vulgar en nuestro idioma y que no voy a
mencionar porque esta es una revista seria (¡juas!)
Nihon (en su propio idioma) es un país que me ha fascinado desde hace mucho tiempo, como a tantos otros occidentales, por muy diversos motivos. Es por ello que alguna que otra vez he hecho algún pequeño acercamiento personal a su historia, ya que en los planes de estudio españoles el país del sol naciente no suele aparecer hasta 1853, año en que Matthew C. Perry se presentó en Uraga, en la bahía de Tokio, y obligó al gobierno nipón, gracias al miedo que imponía su superioridad militar, a abandonar su aislamiento del resto del mundo en 1854 (los estadounidenses, siempre tan sutiles, no parecen haber renunciado nunca a una estrategia que generalmente les ha dado buenos resultados). A partir de ahí Japón tiene un lugar en la Historia occidental, primero como escenario del colonialismo de Europa y Estados Unidos, y después como potencia de primer orden y fuerza del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, hasta su derrota y la monstruosa y absolutamente innecesaria demostración de fuerza por parte de los estadounidenses al lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Existen ciertos tópicos sobre Japón que mucha gente conoce y que, hasta donde se puede ver, suelen encerrar una buena parte de verdad: de los japoneses se dice que son muy trabajadores, muy educados y muy responsables; se dice que acostumbran (o acostumbraban) a ser bastante nacionalistas, y que su sociedad es todavía bastante machista y, en algunos aspectos, bastante “conservadora” (algo que puede chocar siendo como es Japón la tierra por excelencia del hentai –dibujos animados con contenido sexual explícito, el cual suele ser el principal argumento- y un país en el que los dibujos considerados como normales para los niños en ocasiones son tan violentos que aquí estarían vedados hasta la adolescencia, por lo menos).

Creo que los de la imagen son, en realidad, coreanos, pero sirve para el caso, porque para los occidentales esta es una imagen muy típica también de Japón. Hmm, estoy por hacer un chiste relacionado con labandera, pero mejor no…
Es por estos tópicos que, al aproximarse al desarrollo histórico del estado japonés, uno puede encontrarse, por una parte, con factores que parecen explicar satisfactoriamente la forma de ser de la actual sociedad de Japón, y por otra, con detalles que pueden resultar realmente sorprendentes. De algunas de estas cosas quería hablaros en este Rincón de la Historia.
Los avatares de la historia de Japón nos permiten entender, en parte, por qué los japoneses hoy son como son. Para eso, principalmente, sirve la Historia (y no es precisamente una nimiedad). Desde sus orígenes, Japón conoció una jerarquía establecida entre poderosos y súbditos que los servían en distintos niveles. Con la introducción de las ideas de Confucio (un pensador chino) en los siglos V y VI (después de Cristo) se vio reforzada la idea de mantener un orden social estratificado; de ahí que el énfasis confuciano por conservar la división entre clases “superiores” e “inferiores” y mantener unas relaciones adecuadas para asegurar la armonía social (que obligaba a las personas de rango “inferior” a comportarse de acuerdo con su posición dentro de los ámbitos familiar y social) haya quedado tan arraigado en las costumbres japonesas.

Una representación de Confucio, personaje que habría vivido, al parecer, entre los siglos VI y V antes de Cristo. Imaginaos la trascendencia que tuvo que tener para que su legado llegase a Japón aproximadamente un milenio después y se mantuviese vivo todavía hasta el siglo XX.
Este imperativo social se vio reforzado, a finales del siglo XII, por la aparición de la nueva fuerza dominante: los samuráis, que impusieron el sistema jerárquico a golpe de espada. A partir de esta época, el sistema de gobierno en Japón fue el shogunato. El shogun, un alto cargo militar, controlaba el país. El shogunato Tokugawa (1603-1868) estableció una jerarquía social de samuráis, campesinos, artesanos y mercaderes que se basaba en la jerarquía confuciana de eruditos, campesinos, artesanos y mercaderes (mira tú, los samuráis fueron bastante listos al no permitir que los listos tuviesen el poder; Confucio sí, pero mandamos nosotros; veamos si puede más una espada que una cabeza pensante). Las distinciones de clase se conservaron incluso después de acabada la hegemonía Tokugawa y ya comenzada la era Meiji (a partir de la cual en teoría el emperador había recobrado su poder, aunque no en la práctica, por supuesto), durante la cual se empadronaba a los individuos como shizoku (antigua clase samurái) y “plebeyos”. También se mantuvo el estatus especial del que gozaba la antigua aristocracia (miembros de la corte), identificándola como kazoku (“nobleza”). La Segunda Guerra Mundial puso fin a las diferencias legales de clase, aunque continuó la discriminación social.
Esta evolución en cuanto a las diferencias de clase repercutió también en el lugar ocupado por las mujeres. Según parece, en sus orígenes, la sociedad japonesa era matrilineal, y la posición de la mujer habría sido mucho más favorable que en épocas posteriores. Pero la aceptación de la filosofía social de Confucio y el ascenso de la clase samurái trajeron como resultado un declive gradual de la posición social del género femenino. En la era Tokugawa la discriminación sexual llegó a ser muy acusada entre los samuráis, aunque las relaciones entre hombres y mujeres del común siguieron siendo menos rígidas.
Otra característica de la mentalidad japonesa es el sentido de la identidad de grupo, desde la familia hasta la nación en su conjunto. Se trata de una identificación con el grupo social más cercano; de ahí que el individualismo en el Japón tradicional nunca llegara a ser un modelo de conducta aceptable. Esta tendencia a renunciar a los intereses individuales en beneficio del grupo se intensificó con la llegada del confucianismo y su código moral, forjado en torno a la familia (los lectores de George Martin estaréis pensando en el lema de los Tully: “Familia. Deber. Honor”). El énfasis concedido al interés del grupo desembocó en la idealización de valores tales como la sumisión, la obediencia, el sacrificio, la responsabilidad, el deber, etc. (si veis anime –los dibujos animados japoneses- o leéis manga –el cómic japonés- veréis que los japoneses suelen ser extremadamente modositos y a veces incluso un poco “calzonazos” para el gusto occidental). Al mismo tiempo, la importancia depositada en los intereses del grupo dio como resultado una estrecha mentalidad “provinciana” que distinguía claramente entre los que pertenecían al grupo y los que no. Esta mentalidad grupal en oposición al otro no sólo se aplicó al ámbito familiar, sino también, en última instancia, a “nosotros, los japoneses”, frente a los extranjeros.
Aquí viene lo que a mí, personalmente, más me sorprendió en su día. Ese sentimiento de superioridad permitió a los japoneses cometer verdaderas atrocidades, auténticos actos inhumanos, contra sus enemigos y contra sus sometidos durante la ocupación de Corea y China y otros lugares. Y sin embargo, la cruel ironía es que gran parte no sólo de la población sino de la propia cultura y forma de ser, de actuar y de pensar de los japoneses les ha llegado de estos países de Asia. El imperialismo japonés despertó un intenso odio que incluso hoy en día todavía a veces se siente (hace un par de años conocí a un coreano que detestaba a los japoneses, y tampoco está de más recordar las recientes tensiones entre Japón y Corea del Norte por el asunto de los misiles, y entre Japón y China por la soberanía marítima) en países a los que en realidad debe muchísimo. Una desgracia.
Antes puse el ejemplo los valores confucianos traídos de China, algo que condicionó enormemente la sociedad y la mentalidad japonesas, pero no es lo único de lo que se puede hablar. La actividad artesanal nipona floreció gracias a la introducción, a partir del siglo V, de la artesanía procedente de China y Corea. En el campo cultural, religioso e intelectual el factor más significativo de los que modelaron la vida tradicional japonesa fue la cultura china, que empezó a llegar a través de Corea, a partir del siglo IV. El sistema de escritura vino también de China. Todo este impacto cultural trajo consigo el florecimiento de la cultura y la literatura nativas a partir de finales del siglo VIII y en adelante. De china llegó también el budismo, que fue muy bien recibido y se convirtió en el credo principal del pueblo. En el terreno artístico, la rama Zen del budismo influyó en la vida estética japonesa desde el siglo XII hasta la actualidad. El confucianismo aportó también la base del aprendizaje, y fue adoptado por el shogunato como religión oficial bajo los Tokugawa, y junto con el nacionalismo sintoísta (el sintoísmo era la religión autóctona japonesa) se convirtió en la era moderna en el pilar moral del sistema educativo.
A partir del siglo XIX Japón empezó a experimentar la enorme influencia de la civilización occidental, que ha pegado fuerte en el país (sobre todo la de Estados Unidos; por ejemplo, a los japoneses les encanta el béisbol; qué mal gusto, por favor…) pero la cultura y el modo de pensamiento tradicional han ido evolucionando junto con el occidentalismo, dando lugar al peculiar carácter japonés.
Mucho de lo explicado es en realidad muy común a todos países (haber salido muy tardíamente de un sistema “feudal”, comportamientos sociales actuales muy condicionados por valores tradicionales muy calados en la sociedad, un nacionalismo sublimado y exacerbado en reacción al extranjero y a la crisis del país, la influencia de otras culturas, etcétera, etcétera). Podríamos ver ejemplos parecidos de todos esos factores en muchos otros países del mundo, en mayor o menor intensidad. Pero todos los países del mundo son únicos. Todos ellos tienen una configuración de elementos muy comunes pero que se configuran de un modo que los hace irrepetibles. La Historia del ser humano, en el fondo, no es sino la observación de todos los cambios que se producen sin que en realidad nada cambie. Los detalles son sustancialmente distintos, pero en el fondo poco nos transformamos. Por eso tanto da que hubiese puesto este ejemplo o cualquier otro. Pero hoy me apetecía hablaros de Japón, ese conocido y a la vez desconocido (para muchos de nosotros) país de oriente. Espero que os haya gustado, que os haya parecido interesante e incluso que tal vez hayáis aprendido algo nuevo. Mata ato de! (¡hasta luego!) a todos, amigos.
Fuente: Mikiso Hane, Breve historia de Japón.
Escrito por Brais Louzao Recarey