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Caballo de Hierro: Tiempo Muerto

terracita

La cortina del escaparate llevaba tiempo descorrida cuando el gentío transeúnte comenzó a fijare. El hombrecillo de bigotes y bombín gastado del interior cogió un vidrio vacío, simuló beber y prosiguió:

Si el mundo es todo aquello que acontece, entonces, he de reconocer, que la inmensa mayoría de él provoca en mi esófago la irremediable sensación de la náusea. Hace mucho que deje de creer en las facultades del ave fénix: sé que debo asumirme, verme cual compendio de yerros y aciertos, fallas y corduras, y olvidar por fin aquellas moralejas destinadas a los desvalidos infantes. Me mareo al levantarme, pues percibo en los rayos del sol los síntomas más absolutos de la desesperanza; luego caigo en espirales que van hacia la memoria. ¡La memoria, ay! ¿Qué decir del época que se fue? Por muy campante que se viva, los pretéritos siempre aparecerán engalanados con esa capa de armiño y sus dulces reminiscencias, ¿no creen? El amor, las mujeres y la vida, que diría un viejo amigo. El gran oasis del pasado, señorías.

Ahora que me fijo, veo algunos de los rostros que tengo enfrente y me parecen tan tontos y satisfechos como de los quien en la política cree. Los veo a ustedes con sus gruesas cuentas bancarias y sus mañanas dominicales camisa planchada e iglesia a las doce en punto con eucaristía incluida. Juro mi dentera hacia ustedes en ocasiones, cuanto me gustaría que se apiadasen del que habla por sus lagunas de fanatismo. Admiro la capacidad del idiota para apretar la felicidad con el puño. Poder cargar los hombros de sacos llenos de imperativos y deberes sería fantástico.

Ustedes me ven aquí, me miran y se paran. ¡Bravísimo, brillante! Contemplan mi hacer desatinado sin percatarse de que yo a ustedes también puedo observarlos. De hecho, es lo único que hago. Observarlos y reflejar en verbo las enfermedades de un siglo que sus diáfanos semblantes me enseñan. Los recojo y los plasmo a través de eso que mi jefe llama lo absurdo. El también cree reírse de mí. Maldito tiempo el nuestro. Quién fuera hombre medieval… al menos podría uno presumir de honor; y no tener que padecer las vanidades, envidias y complejos de esta maldita igualdad de condiciones.

puerta

Pero yo, indeseable, conviviendo con lo abusivo de la libertad, desearía tanto un dios despótico y absorbente, un guía moral; pero aquel cruce ya pasó de largo, y hoy continúo debatiéndome entre el ser y el deber, para caer en la cuenta de que en este circo tal vez no sea mala idea eso de ser honesto con uno mismo. Sería estupendo un trago de fe, mas ésta giró el picaporte y cerró la puerta con infinito disimulo para no regresar nunca. Se fue a por tabaco, me digo a mí mismo en momentos de las fases críticas. Se fue en la infausta paradoja del que salió a comprar manzanas y se quedó en el camino recogiendo peras mientras las monedas le caían del bolsillo. Ni siquiera la ductilidad de un paganismo consigo abrazar: uno tras otro, los dioses se marcharon para no volver. Incluso a mi madre, pulcra santidad doméstica, daría por poder volver atrás. Oh! ¿De qué se asustan, cerdos? ¿Nunca escucharon hablar a un egoísta, o es que jamás practicaron la introspección?

En otro tiempo solía llenar inmaculados folios con tintas orgullosas; ahora reposo, me escribo y sólo veo patetismo por doquier. Se trata, sin duda, de eso que llaman madurez: lo trágico y lo sublime reunidos en una conciencia redentora. Desde aquí y hasta que el barco termine de hundirse, lo recomendable será tomarse los días como retozos, ya que no queda combustible para un esfuerzo de tantas millas en el tiempo. De luchar contra uno mismo se trata ahora, vencerse y derrotarse es la única meta. Sin destinos de la vida ni problemas derivados de debates sobre un universo que se cae a pedazos y descompasado.

Esto no es todo, señorías. Mucho más queda por decir. Siempre que se quiera, claro está, pues mi historia, al igual que la de todos o la que se escribe con mayúsculas, no es más que una mera puta esperando a ser violada. “Que la tierra te sea leve” es lo único que quiero que me deseen.

 

Álvaro Romero Lago

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