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El rincón de la historia: Sobre el islam y su profeta

El otro día estaba hablando con unos colegas sobre el Islam y me sorprendió lo poco que sabían sobre el tema. A ver, no es que yo sepa mucho, pero tengo un par de nociones básicas, como las podría tener cualquiera de vosotros sobre el cristianismo (asumo que hablo para una gran mayoría de lectores criados en una cultura judeocristiana). Pensé que tal vez ese desconocimiento es lo que lleva a la gente a ser tan obcecada en torno a ciertas ideas estereotípicas. La imagen que nos formamos del Islam suele ser muy mala (terrorismo, lapidación de mujeres, etc), y es bastante normal que así sea por culpa de cómo está el mundo. Es triste. Muchos musulmanes no son más que gente normal que, simplemente, cree en Dios, pero de una forma diferente a los judíos y los cristianos. Pero claro, hay un par de animales haciendo animaladas y pagan justos por pecadores (¿nunca mejor dicho?).

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Sí, sí, esto es lo primero en lo que pensáis

Pero hoy no vengo a hablar de eso. Dejo simplemente apuntado que, como decía El Chojín en Diez Obviedades: “Generalizar sobre lo que sea implica injusticia, y la injusticia es una mierda”. Como cuando el Partido Popular pretende justificar las brutales cargas policiales esgrimiendo el argumento de que son violentas, cuando los que hacen el jaleo son cuatro gatos (que a menudo son policías infiltrados). Si alguien que no sabe de la misa la mitad ve las noticias, se pensará que los violentos eran todos.

Hoy vengo a dar un par de pinceladas sobre el Islam. Siendo como es una de las religiones más importantes del mundo, sería bueno que todos supiésemos un poco sobre ella, aunque sólo fuese por culturilla popular. Además, el conocimiento ayuda a despejar los prejuicios, así que, tal vez, sabiendo un poco más, os animéis a pensar de forma diferente. No se trata de que defienda el Islam. Soy ateo. Para mí, muchas de las religiones no son más que un hatajo de tonterías (algunas más que otras). Pero los prejuicios y son mentiras, y a mí la injusticia y las mentiras me repatean mucho, sobre todo las mentiras que tienen que ver con la Historia. Que soy graduado en Historia, coño.

Además, es también una cuestión de equilibrio. Cristianismo, judaísmo e Islam son la misma mierda. Pero como hoy en día los cristianos se han moderado (atrás quedaron los tiempos en que se quemaban brujas) y los monstruos en boga son algunos musulmanes radicales, parece que nos olvidamos de que mismo perro, distinto collar. Así que, poco a poco, tratemos de pensar que el problema no son las religiones, ni los sistemas políticos o económicos, sino las personas. Hoy os hablaré un poco del concepto de Islam y de su temprana historia.

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La palabra “Islam” significa literalmente en árabe “sumisión y obediencia”. La raíz árabe de la palabra, s-l-m, conlleva además la connotación de “paz”, la paz alcanzada por someterse a Dios. Quien acepta el Islam se denomina “musulmán”, en árabe muslim, que se puede traducir como “el que se somete a Dios”. Los dogmas de fe del Islam son pocos, y se resumen prácticamente en la profesión de fe: “No hay más dios que Dios y Muhammad es Su profeta”. Estas dos ideas son lo básico. Y es Dios, no “Alá”. “Alá” significa “Dios” en árabe. Y “Mahoma” es la latinización del nombre Muhammad (con “h” aspirada, por favor).

Hablando de Muhammad, para los musulmanes, el Profeta jamás tuvo carácter divino, y el Corán hace hincapié en que ni siquiera tenía la capacidad de obrar milagros. No era más que un hombre al que Dios eligió para llevar su palabra al mundo. Ni siquiera era el único profeta del Islam, pues el libro sagrado reconoce también como profetas a Adán, Abraham, David, Moisés, Elías, Juan el Bautista y el mismo Jesús (sí, Jesucristo), pero obviamente negando que sea hijo de Dios y todo eso. Eso sí, en el Corán se hace hincapié en que Muhammad es el último y definitivo: no habrá ninguno más después de él.

De hecho, los musulmanes consideran que los profetas anteriores ya habían transmitido el Islam, porque ésa es la única religión de Dios, pero que sus seguidores la habían corrompido. Y para explicar las contradicciones entre el Corán y la Biblia se aplica el concepto de “abrogación”. Esto es: cuando algo no cuadre, lo que diga el Corán va a misa, y lo anterior es papel mojado. Qué conveniente todo, ¿no? Pero bueno, hablamos de religión… no tendría lógica que fuese de otra forma. En el Corán, judíos y cristianos son denominados “Gentes del Libro” (ahl al-kitab). No son “infieles”, no se exhorta a luchar contra ellos, sino más bien lo contrario: se pretende que haya concordia entre las diferentes comunidades, las cuales, al fin y al cabo, adoran al mismo Dios, sólo que algunas están equivocadas en el modo de hacerlo.

La historia de los primeros años del Islam pasa, sí o sí, por la figura de su profeta. Muhammad nació en La Meca (actualmente en Arabia Saudí) en torno al año 570 después de Cristo (no se sabe con exactitud la fecha), en el seno del clan de Hashim, una de las familias más poderosas de la tribu de Quraysh, cuyos miembros eran comerciantes. Su padre murió antes de nacer él, y su madre a los seis años. Se fue a vivir con su abuelo, pero éste falleció dos años después y acabó con su tío, al que acompañó desde muy joven en sus expediciones comerciales a Siria. En estos viajes tuvo la oportunidad de conocer (y seguramente fue así), aunque de forma superficial, las religiones monoteístas, ya que en la Arabia preislámica la mayor parte de la población era politeísta, a excepción de algunas comunidades de judíos y cristianos, pero al norte de la Península Arábiga la población cristiana era abundante y era fácil entrar en contacto con monjes y anacoretas. Seguramente fueron los conocimientos adquiridos en estos viajes los que le sirvieron como base para desarrollar el Islam.

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La tradición islámica (aquí es donde abandonamos el plano de la realidad) sostiene que la vida de Muhammad transcurrió con normalidad hasta los cuarenta años. Alrededor del año 610 comenzó a escuchar las palabras del ángel Gabriel. Cierto día que se hallaba meditando en el monte Hira, el mensajero de Dios se le apareció y, diciéndole “¡Lee!” (o “¡Recita!”), le encomendó la tarea de aprehender la revelación y proclamarla entre sus conciudadanos. Así, Muhammad memorizaba los versos del Corán que Gabriel le transmitía, y debía divulgarlos. Esta difusión era oral y dispersa, y se producía en lugares y momentos distintos a lo largo de toda su vida. El Corán no fue puesto por escrito hasta el año 656 después de Cristo, en tiempos del califa Uthman, cuando Muhammad ya había muerto.

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A los vecinos del Profeta, la nueva palabra divina no solamente les iba resultar extraña, sino agresora, dado que contradecía sus firmes creencias ancestrales politeístas. La población de La Meca pronto se levantó contra él, especialmente los grupos más numerosos económicamente. Los primeros devotos de la nueva religión fueron algunos miembros de su familia (la primera, su primera mujer, Jadiya) y, sobre todo, individuos de baja extracción social, que no tenían nada que perder y a quienes su mensaje igualitario ofrecía esperanzas de libertad y de ascensión en la escala social, cosas con las que antes no podían ni soñar, generalmente. Con el tiempo esto fue cambiando, y gente de todos los estratos se fueron adhiriendo a la fe de Muhammad.

La ciudad de la Meca
La ciudad de la Meca

Muchas cosas sucedieron en su vida, pero no voy a referirlas aquí. Baste decir que los comienzos del Islam fueron duros. Muhammad no solamente fue un profeta, sino que pronto comenzó a intervenir en asuntos militares y políticos, lo cual es lógico: la recientemente creada comunidad de creyentes tenía que defenderse de los ataques, y necesitaban que el Profeta los guiase, ya que él era el único que conocía la revelación de Dios, y el que debía mostrarles cómo vivir acorde con los preceptos del Islam. Estas circunstancias iniciales del Islam son una de las razones por las cuales religión y estado siempre han estado tan imbricados en el mundo musulmán: porque no hay diferencia en absoluto. El Profeta, y después de él, el califa, es la cabeza tanto política como religiosa de la comunidad, y la ley religiosa es la ley, sin más. Si hubiese que comparar Islam y cristianismo, observaríamos que el hecho de que el génesis de éste último se diese en época romana condicionó enormemente su naturaleza en muchísimos aspectos, uno de los cuales es una separación entre poder temporal y espiritual que no se observaba en el judaísmo e Islam primitivos. Evidentemente, en la práctica todo venía a ser lo mismo: el cristianismo también conseguía que todo le fuera supeditado. Pero al menos existía esa diferencia “teórica”, por así decirlo.

En fin, Muhammad falleció el 8 de junio de 632 y fue enterrado en Medina (y allí está). Su muerte supuso un importante problema para la umma (la comunidad de creyentes): él no había dejado ningún sucesor directo (hijas, muchas, pero ningún varón… sí, lo sé, pero estamos en el siglo VII, ¿qué esperabais?; tampoco había nombrado a nadie). ¿Qué diablos iban a hacer? Los musulmanes tuvieron que ingeniar un sistema de gobierno que cubriese el vacío dejado por él. Así nació el califato, así llamado por otorgar por primera vez a alguien el título de califa, que significa “representante del enviado de Dios” (jalifat rasul Allah). El elegido fue Abu Bakr, el suegro de Muhammad y padre de Aisha (la esposa favorita del Profeta). Así, se convirtió en el primero de los “cuatro califas bien guiados” (habitualmente denominados como los califas “ortodoxos”), una expresión con la que los musulmanes designan a los únicos cuatro califas que han sido aceptados unánimemente por toda la comunidad de musulmanes a lo largo de la Historia. Los otros tres fueron Umar, Uthman y Ali.

La dificultad sucesoria se hace patente en el hecho de que Uthman y Ali murieron asesinados. Varios tipos de conflictos pueden ser considerados como causas para estos problemas de sucesión: por un lado, enfrentamientos entre tribus por otro, la lucha por hacerse con el control del incipiente estado islámico, que ya contaba con un tesoro público. Uthman pertenecía al clan de los Omeyas, que había intentado gobernar desde un primer momento, mientras que Ali argumentaba que él era el pariente más próximo del profeta: no sólo era su primo (hijo de su fiel tío Abu Talib), sino también su yerno, ya que se había casado con su hija Fátima (hija de Jadiya, su amada primera esposa). Ésa fue la raíz de la división de los musulmanes entre los dos grupos mayoritarios actuales: aquéllos que aceptaron el gobierno de los omeyas, que son los sunníes (de la palabra sunna, “tradición”), y quienes solamente consideraban legítimo el gobierno de la familia directa de Muhammad, los shiíes (hoy en día los términos están castellanizados como “suníes” y “chiíes”). Existe una tercera rama, el jariyismo, pero no está tan extendida.

En verde pálido, países de mayoría sunní; en verde intenso, países de mayoría shií
En verde pálido, países de mayoría sunní; en verde intenso, países de mayoría shií

Tras el asesinato de Ali, los omeyas se hicieron con el poder y se dieron el título de califas, tal y como han hecho a lo largo de la Histora muchas dinastías en el seno del mundo musulmán (a veces, incluso, simultáneamente, existiendo varios califatos al mismo tiempo). Aun así, no todas las familias gobernantes se han atrevido a hacerlo. Algunos han sustituido ese título por términos más ambiguos (príncipe de los musulmanes, sultán, rey, etc.), cuya carga teológica es más débil o nula. Tras el derrocamiento de la dinastía otomana, el califato fue abolido por Kemal Ataturk, en marzo de 1924, y desde entonces ningún gobernante se ha atribuido ese nombre, aunque los Alawíes de Marruecos se dan el título de “príncipe de los creyentes”, muy próximo conceptualmente al de califa.

Espero que la breve explicación os haya servido de provecho. No es mi intención que cambie radicalmente vuestra visión del Islam y de los musulmanes (para eso habría que hablar de historia del tiempo presente, no la historia de hace catorce siglos), simplemente quería dar un par de bases, que seguramente vaya ampliando en el futuro, para facilitar la observación y comprensión de un mundo culturalmente diferente. Porque los primeros pasos para quitarse prejuicios injustificados de la cabeza son el conocimiento y la comprensión. Y para el conocimiento y la comprensión, es parte fundamental la Historia. He aquí el primer granito de arena de una gigantesca montaña.

Y no seáis vagos, y probad a informaros algo por vuestra cuenta. Ya sabéis. Si Mahoma no va a la montaña…

Fuente: Paloma Díaz-Mas y Cristina de la Puente, Judaísmo e Islam, Crítica, 2007.

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