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Columnistas: Las elecciones del cambio

El 20 de diciembre hay elecciones generales y los españoles deberemos significarnos acerca de quién queremos que lleve las riendas del país durante los próximos cuatro años. Me propongo en este artículo dar unas breves pinceladas sobre los diferentes actores que participan en estos comicios. Dichos actores son los cuatro partidos que entrarán en la liza por la consecución de la presidencia, amén de otros que, sin cumplir esta condición, sí serán indispensables para asegurar la gobernabilidad en el Parlamento.

Pongámonos en antecedentes. Año 1975, Franco ha muerto, viva el rey. La Transición española se asienta en un pacto tácito entre la democracia cristiana -encarnada primero por la UCD de Suárez y luego por AP/PP, partido fundado por Fraga- y la socialdemocracia de González -surgida del Congreso de Suresnes en el 74- por el desarrollo del estado de bienestar a partir de la senda marcada por cuarenta años de filofascismo. Como tercero en discordia aparece el Partido Comunista, legalizado en 1977, con un papel más modesto en comparación con los anteriores. Falta en la imágen un cuarto actor que ponga cara al liberalismo en España, “carencia” con la que sabremos vivir durante casi cuarenta años hasta la entrada de Ciudadanos en el panorama político (aunque hay un sector del Partido Popular que cumplirá y aún tratará de cumplir llegado el momento con ese cometido).

La irrupción de Ciudadanos en el tablero electoral obligará a los dos partidos tradicionalmente mayoritarios a redefinirse. Por un lado, el Partido Socialista tendrá que hacer guiños a su electorado de izquierdas si quiere recuperar lo que ha perdido por la derecha. En ese sentido, la herencia o no herencia -puesto que fue dilapidada por el Partido Popular- de Zapatero (derechos sociales, apuesta por las renovables, televisión pública de calidad, e incluso su papel institucional como ex-presidente), lejos de ser un lastre, será una baza que, si Pedro Sánchez juega con acierto, podrá aportarle más de una alegría a partir del día de las elecciones.

Peor lo tienen los de Rajoy, que necesitarán de una mayoría absoluta si quieren gobernar con comodidad. En caso contrario, cualquier pacto les dejará en situación de debilidad… cosa que se merecen después de cuatro años de gobierno haciendo de oposición. De cualquier modo, parece que la crisis en el partido está servida y que van a rodar cabezas en los próximos cuatro años. Conviene que los populares se empiecen a preguntar por el sucesor del presidente. Los candidatos con más papeletas son Soraya Sáenz de Santamaría, en la bancada de los democristianos, y Alberto Núñez Feijoo, más próximo a ideas de tono anaranjado. Aznar, por su parte, ya ha apostado por Albert Rivera.

Por su parte, el puesto del Partido Comunista, ostentado hasta ahora por Izquierda Unida, se repartirá entre Podemos y Unidad Popular en la forma que tomen en cada una de las Comunidades Autónomas. Esta división en el voto de izquierdas dificultará la posibilidad de que tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón opten a la presidencia del gobierno. A modo de consuelo, es previsible que nombres como los mencionados Iglesias y Garzón, como Ricardo Sixto, como Yolanda Diaz, Carolina Bescansa, etc., representen a la izquierda más competente en muchos años a la hora de fiscalizar la labor del gobierno que salga de las urnas. Además, los acontecimientos recientes en Portugal, con el Partido Socialista pactando con el Partido Comunista y con el Bloco de Esquerda para llegar al poder, llaman a albergar cierto optimismo precavido con respecto a España, donde una alianza de tal calado, si nuestros representantes son hábiles, no sería del todo descabellada.

Mirando el mapa de Europa, parece claro que hay una tendencia en el sur hacia gobiernos, al menos en el nombre, de corte socialista: Hollande en Francia, Renzi en Italia, Tsipras en Grecia, Costa en Portugal… Tendencia ésta que pende de un hilo ante el aumento del sentido crítico en una parte de la población que no perdona la debilidad ante las imposiciones de una Europa gobernada por Alemania y del sentimiento de rabia en otra, que corre el riesgo de decantarse por opciones de derecha o de extrema derecha.

Por eso, por la premura que implica el momento, deseo que el 20 de diciembre sea el principio de un cambio hacia mejor en Europa. Un cambio que, de seguro, pasa por fortalecimiento de las izquierdas y por la solidaridad entre los pueblos de la Unión.

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