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Columnistas: Una historia corriente

Había una vez un bebé que nació libre.

Unos minutos después de su nacimiento, un médico miró entre sus piernas, confirmó que los genitales que había eran los que se mostraban en las ecografías que venían practicándose desde hacía semanas, y le asignó un sexo. Concretamente el sexo mujer. Los padres, muy contentos, le asignaron un nombre que correspondía con el sexo que el médico le había asignado.

Así pues, la libertad de ese bebé duró tan sólo unos minutos. A partir de ese momento, el bebé ya no era un ser humano nacido libre, sino “nacido mujer”. Aunque el sexo y el nombre no fuesen sino unas características de identidad que le habían impuesto otras personas, sin que el bebé ni siquiera lo supiera.

El bebé creció para convertirse en una criatura de carácter dulce y complaciente, muy tímida, y siempre ansiosa por complacer a los demás, para que le quisieran. La criatura no sabía muy bien la diferencia entre ser un niño y una niña, y la mayor parte del tiempo le gustaba más estar en compañía de los niños, aunque cada vez con más frecuencia sus compañeros de clase le reprendían y le decían que tenía que irse con las niñas. Al parecer, era una niña, aunque no sabía por qué, y a veces le gustaría poder ser un niño.

Sin embargo, no dijo nada, porque algo le decía que eso disgustaría mucho a todo el mundo. Así que poco a poco se iba conformando, tratando de adaptarse al lugar que le habían reservado en el mundo, con la contradicción de que no quería hacer lo que podía, y no podía hacer lo que quería.

Su infancia pasó entre libros y juegos de ordenador. Su adolescencia transcurrió entre las horas que pasaba en el instituto y en la calle, entre las mofas de sus compañeros, y las tardes en solitario, leyendo, estudiando, viendo televisión.

Un día, decidió que ya no quería vivir en soledad, y comenzó a esforzarse por aprender a hacer las cosas que se suponía que hacían las mujeres. Así empezó a tener amigos, y una pareja, y sintió que por fin su familia le quería y estaba orgullosa de ella.

Mientras tanto, una pequeña voz en su cabeza le decía que todo aquello no era más que una fachada. Así que al mismo tiempo que se esforzaba en parecer lo que los demás querían que fuese, también se esforzaba hacia adentro en hacer callar a aquella parte de su personalidad que pugnaba por salir a la luz, y que debía permanecer oculta para no destruir toda la felicidad que había construido.

Hasta que un día, ya no pudo más.

El bebé que había dejado de ser “nacido libre” para ser declarado “nacido mujer”, creció para convertirse en un adulto libre.

El adulto libre definió su propia identidad, y se asignó a sí mismo el sexo “hombre” (prometiéndose a sí mismo, eso sí, que no se lo tomaría muy en serio), y se dio un nombre a sí mismo, que le representaba mejor que el que le habían dado sus padres cuando nació.

Esta historia acabaría muy rápidamente si el adulto hubiese sido libre de verdad. Él habría seguido con su vida, moviéndose a una posición diferente dentro de la sociedad, y las personas a su alrededor se habrían adaptado a ese cambio, cambiando ellas a su vez.

Sin embargo, la sociedad se rige por una serie de leyes no escritas, en las que el control del género de cada persona es fundamental para el control de la sociedad. Por eso, no era posible permitir que aquel hombre, o que cualquier otra persona, designase cuál era su género.

Por eso, se le pusieron muchas pruebas. Tuvo que ver como todo lo que había conseguido se hundía en un abrir y cerrar de ojos. Tuvo que soportar el escrutinio de los médicos, y ser declarado como un enfermo mental. Pasó miedo preguntándose si alguien le daría una paliza por el hecho de ser él mismo, cuando los medios de comunicación le echaban la culpa de la falta de recursos en la atención médica. Sufrió cuando algunas de sus compañeras fueron asesinadas, o cuando se suicidaron porque ya no aguantaban más.

Algunas personas a su alrededor se negaron a cambiar, y le exigieron que volviese al orden y fuese quien se le mandaba ser. O que fuese él mismo, pero sin dejar de ser quien se le había ordenado ser. Al fin y al cabo, es lo que hace todo el mundo. Pretender ser uno mismo era una impertinencia total. Pero la mayoría no fue así. A la mayoría les dio igual, e incluso le apoyaron más allá de lo que habría podido imaginar, contándole cosas de si mismo que él mismo no conocía.

Se despidió de algunas personas. Conoció a muchas más. Aprendió a rebelarse, y a superar todas las barreras que le pusieran. Se hizo fuerte, robó el poder de quienes lo custodiaban, y tomó las riendas de su propio destino.

Hoy vive libre y desafiante, después de ganar unas batallas y perder otras, sabiendo que la guerra no terminará hasta su último día, y que la seguridad no es más que un espejismo que puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Así podría ser la historia de cualquier persona trans normal y corriente. Así podría ser mi propia historia. O la tuya.

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Sobre el autor: Pablo Vergara Pérez es uno de los activistas y bloggers trans con más relevancia en el estado español. Actualmente reside en Escocia y se prepara para sacar su primer libro, de contenido autobiográfico “Aprendiendo a vivir de otra forma: diarios de un hombre trans.” Puedes recibir todas sus publicaciones dándote de alta en su lista de correo http://www.pablovergaraperez.com/go/alta-en-la-lista-de-correo/

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