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Cuando España estaba a la vanguardia en educación. La Institución Libre de Enseñanza.

La educación en España no goza de buena salud. Los distintos actores políticos no logran (en ocasiones no quieren) consensuar una legislación educativa de calidad, los currículos educativos desarrollados por las distintas comunidades autónomas presentan carencias pedagógicas y la formación del profesorado es manifiestamente mejorable, por no hablar del acceso a la función pública docente (ya lo hace magistralmente Silvia María Moreno en los artículos “El oscuro acceso a la función pública docente” primera y segunda parte, en esta revista). Con estos ingredientes, como era de esperar, los resultados no son buenos.

Lo peor de todo es que la situación, lejos de mejorar, ha empeorado en los últimos años, sobre todo si se compara con otros países europeos, y sólo se mantiene cierto nivel de calidad gracias al esfuerzo de un gran número de profesionales.

Pero esto no siempre fue así, hubo un tiempo en el que la educación en España estuvo a la vanguardia europea.

El 26 de febrero de 1875 el Rey Alfonso XII firmaba un Real Decreto que suspendía la libertad de cátedra en España, sobre todo en lo concerniente a la religión, y que en la práctica suponía que los programas educativos de todos los centros universitarios y de enseñanza secundaría pasarían a ser elaborados por el Consejo de Instrucción Pública, dependiente del Ministerio de Fomento.

El Marqués de Orovio, Ministro de Fomento en aquel momento, lo explica de la siguiente forma en una circular enviada a todos los rectores:

A tres puntos capitales se dirigen las observaciones del Ministro que suscribe, a evitar que en los establecimientos que sostiene el Gobierno se enseñen otras doctrinas religiosas que no sean las del Estado; a mandar que no se tolere explicación alguna que redunde en menoscabo de la persona del Rey o del régimen monárquico constitucional; y, por último, a que se restablezcan en todo su vigor la disciplina y el orden en la enseñanza”.

Era la segunda vez que Orovio suspendía la libertad de cátedra (la primera fue en 1867), y fue la segunda vez que numerosos catedráticos se opusieron a ella, siendo encarcelados, confinados y expulsados de la Universidad. Entre ellos destacan figuras como las de Gumersindo de Azcárete, Augusto González de Linares, los hermanos Salvador y Laureano Calderón, y Francisco Giner de los Ríos. Durante la primavera y verano de ese 1875 estos y otros profesores fueron dando forma a la idea de un centro universitario basado en los principios de una enseñanza libre. Este proyecto cristalizó en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) en octubre de 1876.

Para entender los principios pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza nos debemos remitir a su alma mater, Francisco Giner de los Ríos, que fue uno de sus fundadores y director. Giner de los Ríos fue discípulo de Julián Sanz del Río, gran defensor en España del krausismo, doctrina filosófica que en su vertiente pedagógica se puede resumir como la defensa de la libertad de enseñanza por encima de cualquier dogma.

El hecho de que la Institución Libre de Enseñanza dejara fuera de las aulas a Dios y al Rey no quiere decir que tuvieran cabida otras doctrinas o ideologías, ya que se caracterizaba por su independencia frente a partidos e ideologías políticas.

El protagonista total del proceso educativo era el alumnado y, según se puede extraer de un boletín de la institución publicado en 1934, “la Institución se propone, ante todo, educar a sus alumnos. Para lograrlo, comienza por asentar, como base primordial, ineludible, el principio de la reverencia máxima que al niño se debe”. La Institución tenía como objetivo formar a sus alumnos para ser “científicos, abogados, literatos, médicos, ingenieros industriales…; pero sobre eso, y antes que todo eso, hombres (…), personas capaces de concebir un ideal, de gobernar con sustantividad su propia vida”.

La ILE abogaba por una educación multidisciplinar donde las aulas eran mixtas y no existían exámenes. En la ILE se utilizaban libros, pero nunca de texto, y la formación pretendía ser práctica, dando gran importancia a las excursiones para visitar lugares de interés o a charlas y conferencias impartidas por personas que destacaran en su ámbito profesional. Piedra angular de su filosofía pedagógica era la relación entre el docente y el alumno, donde el alumno debía respetar al docente no por su autoridad, sino por sus conocimientos. Según el documento citado anteriormente, la función del docente debía ser la de “despertar y mantener vivo el interés del niño, excitando su pensamiento, sugiriendo cuestiones y nuevos puntos de vista, enseñando a razonar con rigor y a resumir con claridad y precisión los resultados”.

La labor de la Institución Libre de Enseñanza como centro educativo fue completada por otras instituciones que surgieron a su amparo, como la Junta de Ampliación de Estudios, un centro (impulsado y presidido por Ramón y Cajal hasta su muerte) dedicado al fomento de la investigación científica y cultural en España, que fomentó el intercambio de profesores con otros países y dotó de becas a estudiantes españoles para formarse en el extranjero. En su seno se formaron profesionales como Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Blas Cabrera o María de Maeztu.

A su vez, este centro creó otros (siempre impulsados por la ILE) como el Centro de Estudios Históricos, el Instituto-Nacional de Ciencias Físico-Naturales, el Museo Antropológico, el Museo de Ciencias Naturales, o el Real Jardín Botánico de Madrid, entre otros, en muchos casos antecesores de nuestras actualmente maltratadas instituciones científicas.

Entre los centros creados por la Junta de Ampliación de Estudios cabe destacar la Residencia de Estudiantes (todavía hoy en activo) que llegó a convertirse en un centro europeo para el intercambio de ideas en todos los ámbitos científicos y culturales, con residentes como Buñuel, García Lorca, Dalí, Unamuno, Severo Ochoa, Ortega y Gasset, Pedro Salinas o Manuel Machado.

Para completar la idea de la importancia internacional que alcanzó la Institución Libre de Enseñanza, basta con añadir unos nombres a los ya aportados como estudiantes y/o residentes. En el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (BILE) publicaron personalidades como María Montessori, Bertrand Russell, León Tolstoi, H. G. Wells, Emilia Pardo Bazán, o el propio Darwin. Mientras que dieron conferencias en sus instalaciones figuras como Marie Curie, Igor Stravinski, Le Corbusier, Keynes o Albert Einstein.

Obviamente lo que ocurría en la ILE no era la norma general en la España de la época, si bien es cierto que su filosofía pedagógica influyó notablemente en un gran número de docentes repartidos por todo el país. Prueba del esfuerzo de la ILE para que sus métodos llegaran a todo el país es su colaboración con el gobierno de la Segunda República para llevar a cabo las misiones pedagógicas, un proyecto dedicado a extender el conocimiento científico y cultural a los pueblos de la España de la época, mediante la participación voluntaria de docentes, investigadores, estudiantes y artistas.

La Institución Libre de Enseñanza supuso el mayor avance educativo, científico y cultural que ha vivido España, convirtiéndose en un importante centro intelectual entre su fundación en 1876 y su eliminación a partir de 1936 a manos de una dictadura que se definía como antiintelectual. Sus profesores y numerosos alumnos fueron depurados por la Dictadura franquista, muchos de ellos fueron encarcelados o asesinados, mientras que otros tuvieron que partir hacia el exilio.

Como heredera de aquella institución queda en la actualidad la Fundación Francisco de los Ríos, que tiene como objetivos la publicación del BILE, la recuperación de su biblioteca y la formación educativa.

Juan Bautista Martínez Fernández.

Historiador.

Máster en Filosofía Política.

Doctorando en Ciencia Política.

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