¿Acaso lo dudábais? Sí, insisto, vivimos en un país lleno de sabios y ese precisamente es un problema con el que los maestros tenemos que lidiar.
Es muy fácil apreciar la sabiduría patria. Basta con olisquear cualquier red social en la que se comparta una opinión o un artículo. A poco que se espere brota entre los comentarios algún opinólogo con aire experto censurando cualquier opinión contraria a la expuesta y ya cuando se produce una colisión entre dos opinólogos todo se resume en susceptibilidades, autoestimas sangrantes y enemistades irrenconciliables. Además, normalmente son los mismos opinólogos los que se atreven con temas tan dispares como la política, la economía , la literatura o la física nuclear; pues su condición de sabios les permite tocar todos los palos con solvencia.
Sin embargo, dentro de la concepción de que todo es opinable por cualquiera, parece que unos sectores son más vulnerables que otros a sufrir el escarnio de los sabios, siendo el de la docencia uno de los más expuestos.
Esta vulnerabilidad no deja de ser lógica. Los maestros tenemos una importante responsabilidad: la de cuidar y educar lo más valioso de esta sociedad. Jamás insinuaría que los padres no deben tener derecho a opinar sobre lo que se haga con sus hijos, pues deben ser nuestros principales aliados en su educación. Ahora bien, una cosa es que opinen, que aporten, que nos ayuden a construir y, por supuesto, que nos supervisen, y otra muy diferente es que den por hecho que la labor docente es algo que puede hacer cualquiera, formado o no, y que es legítimo despellejar al maestro en cuanto estamos en desacuerdo con una decisión suya.
Para ilustrar esto, compartiré dos anécdotas que sucedieron hace meses en el colegio en el que trabajo. Hay que añadir que estas dos anécdotas las ha vivido el mismo docente.
Una de las asignaturas que imparte es Valores (la alternativa a Religión). Más allá de la importancia que le demos, cabe recordar que es una materia tan evaluable como las demás, por lo que es preciso calificar numéricamente a quienes la cursan. Pues bien, un día varios padres se presentaron en el centro increpándole de malas maneras, pues eran contrarios a que este profesor examinara y enviara deberes, y eso les hacía sentirse totalmente justificados.
Entendiendo que el asunto de los deberes puede ser controvertido, no son formas y os puedo asegurar que no hubo un contacto previo «civilizado» para departir sobre el asunto. También puedo aseguraros que los deberes en cuestión eran algo muy risible.
Peor aún es lo que le sucedió impartiendo su otra materia, Música. Estaba presentando a sus alumnos el vídeo de un concierto de Tina Turner en el que ella era acompañada por varios músicos entre los que había un guitarrista negro. No es, por tanto, inadecuado, a fin de distinguir a ese guitarrista entre otros, referirse a él como «guitarrista negro» en una petición del tipo «prestad atención a lo que toca el guitarrista negro».
Debido a esto fue tildado de racista y maleducado (cómo no, a voces) por otro padre.
Reflexionemos por un instante. ¿Qué os parece más racista? ¿Referirse como negro a un negro o eludir por todos los medios pronunciar la palabra «negro» como si esta palabra fuera mala? ¿Acaso nos suena mejor referirnos a él como «guitarrista de color»? ¿Y si se hubiera tratado del único guitarrista blanco, habría sido igualmente racista referirse a él como el «guitarrista blanco»?
No me cabe la menor duda de que los alumnos se ven mucho más expuestos al racismo en sus casas que en los centros educativos donde, más allá de que algún docente pueda caer en mala praxis (como ocurre con cualquier otro profesional). Tampoco dudo de la ausencia de racismo de mi colega. ¿No creéis que un auténtico racista no hubiera llevado a su aula un videoclip de Tina Turner?
A modo de cierre, quiero plantearos algunas preguntas que quizá resulten algo agresivas:
¿Entraríais en una operación quirúrgica a corregir al cirujano?
¿Discutiríais con un arquitecto a propósito de sus planos?
¿Rebatiríais a un ingeniero su modo de plantear un puente?
Supongo que no, a menos que se diera alguna circunstancia grave, pues partimos de la consideración de que estas personas son profesionales y, sin conocimientos, no podemos analizar de igual a igual su labor.
¿Por qué los docentes no recibimos esa misma consideración?
Probablemente influya la baja consideración social que ha tenido el magisterio. Demasiada gente tiene la concepción de que es una carrera de inútiles; concepción que no impide a estas personas poner nada menos que a sus hijos en nuestras manos pero, nos guste o no, para ejercer la docencia es necesaria una formación universitaria y, además, en el caso de la enseñanza pública, superar un duro proceso de oposición del que estuvimos hablando hace no mucho.
Nadie discute que los padres son quienes más aman y mejor conocen a sus hijos, pero recordemos que después los docentes al cabo de un tiempo ejerciendo contamos con la formación específica y, además, la experiencia derivada del trabajo con varios centenares de niños a nuestras espaldas. Algo sabremos.
Silvia María Moreno Hernández
Maestra interina por Educación Primaria.
Licenciada en Psicopedagogía.
Coautora de la obra: «Diez criterios para orientar a los hijos al éxito», distribuida por CCS Ediciones. Enlace: http://www.editorialccs.com/catalogo/ficha.aspx?i=4209
Pingback: Un pequeño informe de cómo siguen las cosas | ¡Abajo las oposiciones!