El verano ya empezó hace un mes. Los niños están disfrutando sus merecidas vacaciones, en muchos casos para la desesperación de unos padres que tienen muy difícil conciliar y que se maldicen esas vacaciones tan largas de las que todo el mundo habla, más allá de que se pase por alto que esas vacaciones suponen para los docentes un sueldo inferior al de los funcionarios de su mismo nivel y, sobre todo, que si los docentes tienen esas vacaciones es porque las tienen los niños. Con frecuencia se habla de que están agobiados por su horario entre áreas escolares y extraescolares y de la polémica de los deberes, pero luego… cada cual que complete la frase según entienda.
Muchos profesores (Comunidad de Madrid, Castilla la Mancha y Región de Murcia) no se puede decir que estén de vacaciones, sino en el paro, que no es lo mismo, más allá de que sea mejor tenerlo que no tenerlo. En rigor, habrá muchos profesores que no lo tengan porque un curso académico abarca cerca de diez meses pero es imposible cobrarlo completo con menos de doce. Vacaciones forzosas y no pagadas que también suponen un menoscabo en cuanto a salario y cotización entre profesionales que hacen la misma labor y que sólo se distinguen por el lugar en el que la ejercen.
Las elecciones ya quedaron atrás y lo que aconteció en ellas podría resumirse con la conocida frase: «que todo cambie para que todo siga igual» de Giussepe Tomasi di Lampedusa. Los recortes en educación continuarán así como continuará, salvo que los hechos me desmientan, el desacuerdo en materia educativa, el cambio de legislación con el cambio de signo político, y la inestabilidad laboral.
Pero no quería hablar de política o, mejor dicho, no querría hablar de política sino de educación, aunque ambas parezcan estar irremediablemente ligadas. En concreto, quería hablar de uno de los síntomas de los recortes educativos: la gestión de las bajas en los colegios. Era un tema del que no hubiera podido opinar hasta ahora, ya que ha sido mi primer curso en un centro académico.
Cuando un docente enferma, se casa, se embaraza, se muda o le sucede cualquier eventualidad que haga que se le tenga que sustituir, por más margen que haya dado entre el aviso y el suceso, habrá sorpresas en su colegio. Para empezar, la administración no manda un sustituto hasta que no pasan quince días desde que comenzó la ausencia, es decir, que en muchos casos no se envía sustituto por no llegar a ese mínimo de días y tampoco es obvio que la Administración los envíe a los quince días, pudiendo transcurrir más tiempo hasta que aparece el maestro solicitado.
¿Qué pasa durante esos quince días? Que es el mismo profesorado del centro el que se ocupa de la sustitución. Fácil y sencillo.
¿Qué profesor o profesores son los encargados de sustituir? Aquellos que según su horario deberían brindar clases de apoyo a otro grupo, es decir, los que se harían cargo, ya sea dentro del aula del grupo o en otro espacio distinto, de los alumnos que a criterio de su tutor muestran mayores dificultades para seguir la clase.
Como las horas de apoyo no son tantas a la semana, lo habitual si un profesor falta varios días (incluso varias horas en un mismo día) es que tengan que ser varios docentes los que se ocupen del grupo, a pesar de la convenciencia de que fuerse uno solo quien lo hiciera.
El profesor sustituto (que puede tener cualquier especialidad e incluso ser de otra etapa) no dispone de tiempo para adaptarse a la situación, ya que se entera de que que «le toca» sustituir ese mismo día de clase a primera hora, cuando ve aparecer una pequeña notificación en conserjería o en su casillero. Apenas puede recabar información o preparar nada. En muchos casos, ni siquiera ejerce la docencia en ese grupo, no sabe cómo se llaman los alumnos, qué difícultades tiene cada uno, lo que están dando en ese momento o lo que el docente habitual tiene previsto. Como mucho, se cuenta con su programación si está sobre la mesa y si ha podido preparar con alguna antelación su ausencia, con la ayuda de los mismos alumnos cuando estos disponen de cierta edad y madurez (no son lo mismo niños de diez años que de seis) y con la guía del libro de texto si el docente la utiliza.
Este año he podido ver a especialistas de la etapa de Infantil (preparadas para dar clase a alumnos de entre tres y cinco años) sustituyendo a la profesora de matemáticas de quinto y viéndose saturadas por no conocer a esos alumnos concretos, no saber manejar grupos de esas edades e incluso tener dudas con respecto a la materia a tratar. Antes de que alguien malinterprete esto comentaré que si a mí me tocara sustituir en una clase de psicomotricidad a un docente de infantil del curso de tres años no sólo no sabría hacerlo sino que querría pegarme un tiro, porque es un tipo de alumnado muy distinto al que yo suelo tener y en lo que se refiere a educación de la psicomotricidad infantil, apenas tengo idea. Las especialidades existen para algo.
A mí me tocaron dos sustituciones en primero. Había faltado la tutora bilingüe y, aunque estaba la assistant, me tocaba ejercer una docencia y un liderazgo en una lengua que no es la mía y que no domino apropiadamente con un grupo de alumnos que aún tenían que adquirir muchos hábitos y disciplina cuando no tenía oportunidad ni de saberme sus nombres. Aunque esto parezca baladí, es muy importante conocer a los alumnos (cómo aprenden, sus dificultades, sus puntos fuertes…) y poder dirigirse a cada uno de ellos por su nombre para hacer un buen trabajo.
Por eso lo deseable sería que con cada falta o baja, por corta que fuera, se pudiera llamar a alguien a quien le diera tiempo a familiarizarse con los niños para darles una atención individualizada y, de paso, que se evitara así restar tiempo a los alumnos con necesidad de apoyo. Por otro lado, si esto no es posible, estaría bien que los centros contaran con todo el personal que realmente necesitan, de tal manera que las sustituciones a un mismo grupo las pudieran hacer las mismas personas en lugar de estar cambiando no ya cada día sino varias horas por día.
Dicen que soñar es gratis. Yo además digo que no hacerlo sale caro.
Silvia Moreno.
Vocacional de la educación, interina en Madrid y coautora del libro «Diez criterios para orientar a los hijos al éxito» de CCS ediciones.
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