Pareciera que España es una porción de pan rancio, en su día crujiente, después endurecido y ahora tan sólido y rocoso en superficie como frágil en sustancia. Hemos perdido lo elástico, la maleabilidad que nos permitía adaptarnos. La hornada de la transición ha sido sobrepasada, sabe no sólo a poco sino también a revenido y las ideas y actores que las empuñan no han estado a la altura de las circunstancias. Por si fuera poco el lastre, la flexibilidad que hubiera sido clave para lidiar en el conflicto ha brillado por su ausencia en cualquiera de los implicados. No resulta llamativo entonces que tanta rigidez haya topado con su punto de máxima presión y, por fin, la barra de nuestro pan del país, se haya partido.
Lo lamentable es que se parte pero no se reparte, no se dará de comer a más bocas. Las únicas bocas que sacarán tajada son las que se abalanzan sobre el muerto como buitres entre reproches a unos y otros en busca de unas migajas de rédito político. Que aproveche pues a los que comen.
Entretanto, no está el horno para bollos. El siguiente movimiento del gobierno será de dramática importancia para ver como se mueven las fichas en el tablero. Los independentistas están cómodos en su órdago, amparados bajo el apoyo de una empatía auténtica, ya incluso internacional, que empaña muy convenientemente las partes más turbias y menos legítimas del referendum.
Caben dos opciones: que el estado se valga de la ley y su empoderamiento para imponerse, esposas en mano, a la rebeldía secesionista; o la apertura de una vía dialogada, en el mejor de los casos, hacia un referendum pactado y con garantías de que con talante, astucia y buena política pueda ganar el sí a seguir con España. El sí a seguir siendo hermanos.
O quizá ya no se pueda retroceder en el tiempo. Lo visto el domingo dia uno quedará para las hemerotecas como uno de los ejemplos de desgobierno e incompetencia más flagrantes de la historia de la España democrática. No por la policía, no por las cargas, sino por haber esperado a que ese fuera el último recurso. Por haber arrinconado las ideas y las ansias de miles en laberintos políticos, en vericuetos legales. Debemos recordar que la política es una fuerza, un torrente que confluye en el poder legislativo y sirve al propósito de configurar el ordenamiento jurídico por el que nos regimos todos. No sirve de nada invocar a la constitución o a la legalidad para bloquear ideas o corrientes políticas como si al final, tarde o temprano, no fueran a acabar desbordadas. Es necesario aprender a confluir y saber enmendar los diques antes de que rompan, debemos, al menos los que queremos que Cataluña siga siendo territorio español, no conquistar, ni vencer, ni ganar, sino convencer. De lo contrario nos iremos poco a poco convirtiendo en una fuerza ocupante, en extranjeros dentro de nuestra propia casa.
Alfonso Rois