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Optimismo escéptico

Sigue la pugna por el poder entre los populares.  Feijoo se hace a un lado y abre paso a los pretendientes que, con más o menos acierto,  van desfilando en sus mejores galas, exhibiendo pelaje y presumiendo de dote con la que llevarse al huerto el voto popular.   Como todo buen depredador, Feijoo no tiene la menor prisa. Conoce a su presa. Cómodo desde su butaca en la xunta asiste en primera fila al magnífico espectáculo que debe suponer ver a sus rivales bajar al barro en lo que promete ser una reñida trifulca en la que probablemente sólo queden Santamaría y Cospedal en pie.

Disputando otro partido se encuentra Sánchez , que no deja de ganar puntos.  No pierde ocasión de marcar un tanto el socialista, lástima que no haya VAR con el que analizar sus jugadas y vigilar así que no haya fuera de juego en ninguno de los goles que trata de hacer subir a su marcador. Y es que hay más de precampaña que de gobierno en la legislatura que pretende agotar Sánchez. Lamentablemente los españoles tenemos más ilusión que memoria. Es más, para ser la nuestra una sociedad que tiende a disfrazar la picardía de virtud, no dejan de tomarnos por tontos. Somos el primo en nuestra propia estafa. Bien puediera ser que de seguir así el PSOE consiga recuperar la confianza del votante de izquierda, o al menos, engañarle de nuevo. No obstante, quien debería temer este repunte socialista es Unidos Podemos, que corre el peligro de perder su puesto de partido de izquierda renovada si vuelve a dar un traspiés similar al del chalecito o si sigue durmiéndose en los laureles. El proyecto familiar de Iglesias deja una hipoteca política que el de Podemos no tiene credibilidad para hacer frente.  Por su parte, Rivera, el otro de los autoproclamados adalides de la regeneración política, queda descolocado y sin saber muy bien a quién arrimarse tras ver como la promesa de unas elecciones anticipadas se diluía ante sus narices.

Habiendo pasado ya un tiempo de su marcha, el panorama que deja la salida del gobierno de Marino Rajoy no es especialmente halagüeño ni ilusionante. Tiene un regusto similar al pase de la selección a octavos. Siendo como es, lo menos que cabría esperar, tanto puede acabar en triunfo como en un monumental desastre. Cuesta saber qué será peor, si encomendarse al fútbol o la política.

 

Alfonso Rois

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