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La Serie: Futurama o el arte de besar brillantes culos metálicos

31 de Diciembre de 1999. Philip J. Fry, un repartidor neoyorkino bastante pazguato y sin muchas luces, está a punto de vivir la mayor de las aventuras. Cuando se dispone a entregar una pizza en un laboratorio criogénico cae accidentalmente en una de las cápsulas de congelación, donde quedará atrapado durante mil años. Al despertar, el mundo que conocía ya no existe: está en la Nueva Nueva York del año 3000, un futuro delirante salido de la enfebrecida imaginación de Matt Groening, lleno de robots, viajes espaciales y alienígenas de todas las formas y colores.Así empieza Futurama, obra del archiconocido creador de Los Simpson y auténtica joya de la animación que conjuga lo mejor de la ciencia ficción y la fantasía en un ambiente totalmente familiar para el espectador (a pesar de desarrollarse en un mundo tan tecnológicamente avanzado que viajar a la Luna lleva aproximadamente unos cinco segundos), todo ello regado de un humor desternillante repleto de referencias y de gran inteligencia que, en opinión de una servidora, roza la perfección.

La serie nació en 1999 y se desarrolló en la FOX –la misma que produce y acoge a la familia amarilla más famosa de América– hasta su cuarta temporada en 2003, cuando la cadena decidió cancelarla. Las razones de esta cancelación no están muy claras, aunque se habla de la poca preocupación de la FOX por otorgar a la serie un horario digno y, de ahí, la consecuente bajada en las audiencias; sin embargo y a mi modo de verlo, también pudo tener algo que ver el hecho de que Futurama no es un producto tan accesible como Los Simpson, que hasta su undécima temporada fue una auténtica genialidad y a partir de entonces se convirtió en una acumulación de irreverencias sin ningún tipo de lógica. Cuando hablo de accesibilidad me refiero al poso intelectual del que bebe la serie, y a quien desee recriminarme lo elitista de mi argumento le invito a que se haga un buen bol de palomitas y visione alguno de sus capítulos más densos científicamente hablando, como Tiempo a Trompicones (14×03), El Prisionero de Benda (10×06), Ley y Oráculo (17×06) o Pavimento en 2D (15×07), todos ellos (y muchos más) plagados de referencias científicas y abstractos matemáticos que la mayoría de los legos en la materia –y me incluyo– no alcanzamos a comprender del todo.

Durante el tiempo que permaneció cancelada se produjeron cuatro películas de gran éxito: Hacia la Verde Inmensidad, La Bestia de un Millón de Espaldas, El Gran Golpe de Bender y mi favorita, El Juego de Bender, una hilarante parodia de El Señor de los Anillos producto de una partida de Dragones y Mazmorras. Y digo esto porque la serie fue retomada para otras dos temporadas por el canal Comedy Central en 2008, pero volvió a ser cancelada, esta vez ya de forma definitiva, en 2013. Existe cierta rumorología sobre una posible vuelta en otra cadena o incluso en otro formato, pero hasta el momento no tenemos noticias seguras sobre su regreso y el final natural de la serie sigue siendo el emotivo episodio Mientras Tanto (26×07).

Pero ¿qué pasa con Fry y este nuevo futuro en el que se ha visto inmerso? No teman porque no permanecerá solo mucho tiempo y pronto conocerá a quienes serán sus compañeros de aventuras: Bender B. Rodríguez, un robot doblador de origen mexicano que se entrega a todos los vicios imaginables y cuyo anhelo secreto es ser cantante folk –algo que sólo se hace patente cuando se acerca a un imán, ya que éste interfiere con su unidad de inhibición haciéndolo cantar cancioncillas absurdas como “Jimmy es feliz con su pirulí”; Turanga Leela, una cíclope extraterrestre de cabello violeta entrenada en combate y pilotaje de naves espaciales que sueña con encontrar sus orígenes y que muy pronto se convertirá en el perpetuo interés amoroso de Fry; Hermes Conrad, un rechoncho e implacable burócrata jamaicano que en sus buenos tiempos fue campeón olímpico de limbo y cuya esposa, LaBárbara, es probablemente mi personaje favorito de toda la serie; Amy Wong, una presumida científica chino-marciana de familia absurdamente rica, que es además estudiante de doctorado y algo ingenua cuando la ocasión lo requiere; John Zoidberg, una asombrosa criatura marina tipo langosta que declara ser médico y es, sin embargo, poco más que un carnicero más pobre que las ratas del que todos huyen (aunque les advierto que todo ello halla una tierna explicación en la temporada 6); y por supuesto el profesor Hubert J. Farnsworth, un anciano fiel prototipo de científico loco que se dedica a la invención de aparatos en principio absurdos y que resulta ser descendiente de Fry –su tátara sobrino-nieto en grado 30, si mal no recuerdo, y descendiente directo suyo por culpa de un pequeño y más bien asqueroso desliz del joven repartidor magistralmente explicado en el capítulo Bien está lo que está Roswell (19×03).

El viejo profesor posee una empresa de mensajería interplanetaria, Planet Express, y es en torno a ella donde las vidas de estos seis personajes girarán entre absurdas misiones suicidas, asombrosas aventuras espaciales, una buena dosis de dramas capaces de arrancarnos un par de lagrimillas y encogernos el corazón (no vean Ladrido Jurásico (07×04), en serio, ¡no lo vean!) y encuentros con todo tipo de personajes famosos –no se pierdan al ex senador Al Gore como todopoderoso primer Emperador de la Luna. ¿Que cómo sobreviven estos famosos en el futuro? ¡Sus cabezas lo hacen sumergidas en tarros en el Museo de Cabezas de Nueva Nueva York y les advierto de que son plenamente conscientes de su condición! Que esto no les parezca algo excesivamente extraño, pues es precisamente una cabeza, la de Richard Nixon, la que preside la Tierra en el año 3000.

Parte de la genialidad de Futurama radica en que sirve como plataforma para tratar temas que nos son totalmente familiares, como el cambio climático, las diferentes sexualidades, el consumo de drogas, lo ridículo de una burocracia extremadamente rígida, la protección del medio ambiente, la inmigración o incluso el trato muchas veces denigrante hacia los ancianos, todo ello desde la perspectiva de un futuro que, a pesar de lo avanzado de su estructura, sigue anclado en el pasado en aspectos como los anteriores, mostrando así que probablemente la condición humana no es tan mutable como los edificios o la tecnología (sepan que existe toda una civilización de mutantes viviendo bajo las alcantarillas entre los restos de la Vieja Nueva York y que al ser considerados genéticamente inferiores hasta la sexta temporada no se les permite acceder a la superficie). Hablando de tecnología, ya hemos mencionado la conservación de cabezas, pero estoy segura de que les interesa saber que en el año 3000 la rueda está obsoleta y la gente se desplaza en vehículos que vuelan o se deslizan, que hay cabinas de suicidio en cada esquina, que los viajes espaciales interplanetarios son tan comunes como un paseo hoy en día, o que internet es un mundo digital independiente al que se accede por medio de una equipación especial y está inundado de salas llenas de pornografía… bueno,puede que en eso último Futurama no se diferencie tanto de la realidad. En este mundo también continúa presente la religión, aunque en menor medida y en general en una amalgama de credos liderados por el Papa Espacial, pero eso no significa que la espiritualidad esté totalmente ausente (y si no que se lo pregunten a Bender y sus andanzas con el Predicabot, el Diablo Robot o el mismísimo Dios en forma de nebulosa que emite en binario).

Por supuesto, cada uno de los planetas descritos en la serie tiene sus peculiaridades (no les aconsejo darse una vuelta por Omicron Persei 8); los hay con nombres estúpidamente graciosos como Multicinex 14, Caca-Perro 7 y McPlutón, y otros que cuentan sus propias historias como Amazonia, el planeta de las Amazonas (¡muerte por kiki!), Chapek 9, el planeta de los robots así llamado en homenaje a Karel Čapek, el escritor que inventó el término “robot”, Amphibios 9, el planeta natal del marido de Amy, Kif Kroker, u Osiris 4, habitado por una civilización imitadora de la egipcia. La Luna es ahora hogar de selenitas paletos que no se llevan muy bien con los terrícolas y de un parque de atracciones aburrido y lleno de topicazos, el Lunapark, ubicado bajo una gran cúpula de cristal.

Futurama es una serie humorística pero no se confundan. Recuerden que antes he mencionado que hay capítulos que lo dejan a uno hecho polvo tras haber sido enterrado en una marea de sentimientos, capítulos con cierto componente trágico en los que atisbamos fragmentos del pasado de los personajes que explican su comportamiento en la actualidad (si no lloran al menos un poquito con el final de Juego de Tonos (23×07) envíen una carta de protesta a la redacción de esta revista: nuestro director, que casualmente se parece bastante al doblador de Bender, John DiMaggio, estará encantado de leer sus quejas y de pedirles amablemente que besen su brillante culo metálico). Futurama te hace reír hasta reventar para luego atravesarte el corazón sin miramientos, y es ése uno de los rasgos que la hace tan buena. Quizás el otro sea la inagotable fuente científica que la nutre, que puede resultar abrumadora pero nunca dificulta el seguimiento de un capítulo. La serie es una continua sucesión de complicadas referencias científicas easter eggs brillantes relacionados con el mundo de las ciencias y la informática más avanzada; de entre todas las modernas teorías que Futurama explora, quizá mi preferida sea la del tiempo como un proceso cíclico explicada en El Difunto Philip J. Fry (07×06), en el que el propio Fry, Bender y el profesor viajan adelante en el tiempo para descubrir que una vez destruido el universo las cosas, sencillamente, vuelven a empezar una vez más.

No se preocupen, no les destripo más la serie. Si desean una saludable dosis de ciencia, humor y sorpresas, Futurama es definitivamente lo que necesitan. Diré, sin embargo, que es una verdadera pena que una serie tan bien pensada y ejecutada y que supone una refrescante novedad en una parrilla con algunos productos muy buenos y cientos de otros productos de los que nos podemos olvidar sin problema en un día o dos (¿alguien ha hablado de los cientos de series policíacas que se copian unas a otras o de las innumerables sitcoms con cero gracia pero muchas risas enlatadas?) no mereciera en su momento una oportunidad mejor que la que tuvo, y que sería fantástico que volviera.

Al fin y al cabo, no me digan que el año 3000 no da para mucho más…

 

By Nymphetamine


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