Mortal Engines es un blockbuster postapocalíptico con aire adolescente dirigido por Christian Rivers y producido entre otros, y aquí viene lo bueno, por Peter Jackson. El genio tras grandes superproducciones como El Señor de los Anillos o El Hobbit, desvelaba en diciembre de 2009 que había empezado a desarrollar una adaptación de la novela de Philip Reeve: Mortal Engines.
Sumando a estas premisas de partida los cien millones de dólares con los que contó esta producción, estamos ante un estreno muy a tener en cuenta. La cinta nos presenta un mundo muy diferente al actual donde ciudades móviles se dan caza en pos de la supervivencia. Se nos muestra un entorno futurista tipo Steampunk dónde la antigua tecno, como así la llaman, puede suponer la diferencia entre la supervivencia y la muerte. Es interesante cómo los arqueólogos o historiadores son, además de revisores del pasado, grandes buscadores de reliquias que pueden determinar el futuro.
La historia gira entorno a Hester Shaw (Hera Hilmar) y Tom Natsworthy (Robert Sheehan), dos aliados improbables que terminan sumando fuerzas para detener a Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), que no es otro que la cabeza visible de los historiadores londinenses. Un megalómano en potencia que enarbolando valores como la supervivencia o el progreso tratará de desarrollar en secreto un arma que convertirá a Londres en la ciudad más poderosa, y a él en el más poderoso de sus ciudadanos.
Si bien debo admitir que la premisa de las ciudades rodantes resulta chocante, porque lo es, la película se deja ver bastante bien. También es verdad que todo depende de lo que esperes de ella. Lo más sobresaliente es el apartado visual que, podríamos decir, es lo que más está a la altura de su presupuesto. Resulta impresionante ver a una ciudad tragar, e incluso digerir, a otra más pequeña.
Habiéndola visto ya, y aunque la premisa no es tampoco santo de mi devoción, no puedo evitar pensar que la cinta sabe un poco a cartucho malgastado. Estamos ante una oportunidad perdida de asentar las bases de una franquicia fresca y distinta a todo lo que venimos viendo. Porque si bien la película no va a defraudar a un domingo de palomitas, no llega a cuajar ni deja con ganas de más.
A mi entender, el mayor problema es que patina por duplicado. Y es que la cinta se queda corta y no ahonda en lo realmente interesante, que es la historia de este nuevo mundo, la guerra de los sesenta minutos o cómo la humanidad ha llegado a ese punto; y aun así, acaba resultando pesada. Plantea un mundo utópico increíble, pero no llega a sacarle partido ni a dar una explicación realmente convincente a su premisa más original: qué las ciudades campen a sus anchas como entes móviles. Y a partir de ahí el resto no asienta bien. Abusa de chascarrillos facilones y de personajes huecos para añadir épica a la historia y acaba consiguiendo más bien lo contrario. El final, lógicamente, no resuelve nada de lo anterior y termina por ser la guinda de todos estos despropósitos.
Es probable que la actual y bien conocida tendencia Hollywodiense de fabricar superproducciones para todos los públicos no haga sino agravar la situación, pero siendo honestos, no es por esta tendencia por la que no estamos ante un nuevo El señor de los anillos.
Alfonso Rois