Empiezo a entender por qué la Música es tan importante en la Educación Infantil, Primaria y Secundaria. Empiezo a entender por qué es una asignatura “puente” que enlaza otras materias entre sí: Lenguas, Matemáticas, Ciencias Sociales, Ciencias Naturales, Educación Física, Dramatización, visual…
También se vislumbra con meridiana claridad que es básica para el desarrollo de mil cualidades diferentes, ayudando al desarrollo de los dos hemisferios cerebrales, colaborando estrechamente con la pintura, las actividades plásticas y cualquier otra faceta relacionada con el arte… y podría seguir y seguir, pero es artículo para otro momento.
Básicamente, la Música gusta; no se sabe muy bien por qué. Tal vez, como he visto en una película hoy (recuérdese la Cimática), porque se crean patrones que requieren una resolución final hacia la que nos dirigimos y que nos engancha… y la Música crea y resuelve uno o varios de esos patrones. Todo esto y mucho más es la Música.
Como quiera que sea, es algo importante en nuestras vidas. Hay quien opina que es el lenguaje de Dios. No lo sé. En fin, lo más importante es que… yo diría que nos gusta, aunque muchas veces no sepamos ni por qué. Da igual que no nos gusten todos los estilos o que no nos gusten varios de esos estilos. Puede que nos gusten cuatro o cinco estilos diferentes, o uno solo, o treinta diferentes, o casi todos… da igual; por otra parte también tenemos miedo de que nos encasillen o nos traten de horteras o de cosas peores, según el estilo de música escuchada. Por ejemplo, si yo digo que me van los tangos, como no están de moda (y nos movemos por modas) pues decimos que no nos gustan porque nos parecen cosa del pasado, sin pararnos a pensar que si escuchásemos este y otros estilos musicales, a lo mejor nos encantaban (he nombrado los tangos como podría haber dicho cualquier otro estilo: los pasodobles, el rock and roll o el heavy metal). Bueno pues el gusto por la Música se refleja en parte en la historia que viene a continuación y que ya paso a relataros:
Como si del cuento de El flautista de Hamelín se tratara, hace unos días, en el aula de Música de Primaria, (que está pegada al claustro donde tienen su recreo algunos alumnos de infantil), tuvimos la visita inesperada de unos diminutos… visitantes. Me refiero, naturalmente a los niños y niñas de cuatro o cinco años que por allí se encontraban, jugando a diversos juegos, propios de la edad.
Pero quiero empezar por el principio: debido al calor reinante, la actividad musical que tocaba para ese día la hicimos con la puerta del aula de Música abierta de par en par, con lo que el sonido escapaba de la clase, oyéndose fuera a la perfección. Primero, se acercaron tímidamente tres o cuatro de estos alumnos y alumnas (ya nos ha pasado con anterioridad en algunas ocasiones); es girar mi cabeza y ver en el umbral de la puerta unos ojos llenos de inocencia y de asombro… y con unas ganas inmensas de aprender las cosas del mundo de los adultos; a los dos minutos aproximadamente, ya eran unos ocho o nueve los que por allí andaban… la apoteosis fue cuando, en un momento concreto al mirar ¡otra vez! hacia la puerta del aula, vimos algo así como… ¡una veintena! de cabezas, con sus cuarenta ojos correspondientes, abiertos como platos; y a las bocas (con más o menos dientes, según los casos) poco les faltaba para que las mandíbulas se saliesen de sitio… y es que los alumnos de tercero de primaria, sus compañeros de colegio, estaban cantando el “Aleluya” de Leonard Cohen, en español, acompañados por un playback elaborado por el profesor y con un sonido de guitarra eléctrica en riguroso directo con sus efectos sonoros correspondientes.
Tal fue el impacto que causó en estos pequeños oyentes la magia de la música que allí se escuchaba, que creo honestamente que en pocos y escasos momentos de sus cotidianas actividades en el aula se consigue un silencio tan especial como el que allí en el aula de Música se respiraba. Tanto es así que me vino a la cabeza la imagen de adultos en un recital de música clásica con su smoking, pajarita y demás parafernalia en el caso de los hombres, con vestidos elegantes y enjoyados en el caso de las mujeres… y establecí mentalmente una comparación con estos niños, con sus mandilones manchados de chocolate, chuches, barro y otras menudencias sin importancia y, al equiparar a los unos con los otros, no pude por menos que pensar: “Me quedo con éstos”. Los adultos, aunque vayan de frac, arman mucho más ruido, tosen, se muestran inquietos, les rugen las tripas (que nadie se me moleste) y no se muestran tan receptivos con la Música como lo están estos diminutos y mágicos duendecillos (por lo menos en ese momento).
Poco o nada me costó convencer a algunos para que posasen en una foto con los compañeros de Tercero… foto que queda como referente del especial momento vivido, hasta el fin de los tiempos.
Lo dicho; al final, va a resultar que la historia de El flautista de Hamelin es más real de lo que todos pensábamos.
¡Seguimos en contacto!
J. Luis Nieves