Hace algo más de 2.000 años, Séneca el Joven escribía per aspera ad astra, o lo que es lo mismo, “a través de las dificultades, hacia las estrellas”, en un intento de explicar que el camino al éxito, al conocimiento, está plagado de dificultades a las que habrá que enfrentarse si se desea llegar al final. Y es hacia las estrellas hacia donde mira la última película de James Gray (El sueño de Ellis, La Ciudad Perdida de Z), Ad Astra, estrenada en las salas españolas el pasado 20 de septiembre y muy positivamente valorada por la crítica especializada en el Festival de Venecia, donde había sido presentada con anterioridad.
Brad Pitt (Seven, Malditos Bastardos, Érase una vez en Hollywood) se mete en la piel de Roy McBride, un astronauta de amplia experiencia y expediente impecable que se verá abocado a una búsqueda desesperada a través del Sistema Solar del que era su padre, Clifford McBride, interpretado por Tommy Lee Jones (El fugitivo, No es país para viejos, Lincoln), y a quien hasta el momento se suponía muerto. Acompañan a Pitt y Jones en su aventura espacial Donald Sutherland (Doce del patíbulo, Los Juegos del Hambre), Liv Tyler (Armaggedon, El Señor de los Anillos) y Ruth Negga (Guerra Mundial Z, Loving), en papeles breves pero inmensamente relevantes en el seno de una odisea solitaria y peligrosa a través de millones de kilómetros.
Si la premisa de una búsqueda interestelar no les resulta lo suficientemente atractiva, presten atención a lo que ésta esconde: un proyecto pensado para encontrar vida inteligente en el universo, una serie de perturbaciones eléctricas que amenazan con destruir la vida tal y como la conocemos, y un astronauta con serios problemas de socialización que busca respuestas pero también la salvación en las estrellas. Ad Astra, pese a su famosísimo reparto y a su presupuesto de unos 100 millones de dólares, es u film de corte intimista que trata de introducir al espectador en el opresivo mundo interior de un hombre abandonado siendo sólo un niño por un padre al que todo el mundo considera un héroe y un pionero y a quien él mismo no termina de decidir si ama, odia o ambas cosas. Pitt crea a un Roy McBride sobrio, serio, casi espartano, eficiente y profesional, pero también repelido por el contacto humano y conducido por un egoísmo que parece haber nacido en el mismo momento en el que su padre desapareció entre las estrellas olvidando que tenía un hijo para ir a buscar señales de vida en otros mundos. Tan opresivo como los fantasmas de Roy es la realidad que James Gray presenta a lo largo de toda la película, en la que prácticamente todos los espacios están tintados de un oscurantismo interrumpido tan sólo por perturbadores haces de luz artificial que producen una incómoda sensación de agobio que no abandona al espectador en ningún momento. A dicha sensación contribuye también la estrechez de los lugares por donde Roy ha de moverse, una arquitectura que parece querer tragarse a los personajes.
Ad Astra pretende ubicarse en un futuro cercano y presenta también una realidad poco alentadora en la que el ser humano ha colonizado la Luna y Marte y posee en ellos instalaciones militares y de investigación científica. Baste saber que en el universo de Roy McBride hay vuelos comerciales a la Luna, y gente que nace, vive y muere bajo el suelo de Marte. No guardo ánimo de hacer spoilers al lector, pero este futuro se puede resumir perfectamente en un pensamiento que Roy nos ofrece cuando aterriza en la terminal de la Luna y se ve rodeado de modernos establecimientos de Subway y DHL: “somos devoradores de mundos”.
La película posee un ritmo pausado, sin precipitarse, que a algunos podría resultarles lento, y mantiene al espectador en un constante estado de incertidumbre. Fragmentos de la vida anterior del protagonista se nos presentan por medio de flashbacks en los que podemos atisbar la ruptura de la conexión con su mujer (Tyler) o los mensajes que su padre grababa y enviaba desde la posición de su nave en la órbita de Neptuno. Hasta Neptuno precisamente quiere llegar Roy, dispuesto a dejarse la vida en un viaje horriblemente solitario en el que se ve acompañado únicamente por los demonios que el abandono de su padre despertó en él y que atormentan su juicio durante las dos horas de película, haciendo que llegue a preguntarse si es o no una buena persona. Pero Roy no ha de detenerse ante nada para llegar a su destino, impedir la amenaza que se cierne sobre la humanidad y enfrentarse al padre que destrozó su alma, en caso de que siga vivo.
Visualmente hermosa y perturbadora, y acompañada de las melodías tan particulares y personales del alemán Max Richter, que ha puesto música a otras obras sobresalientes como Vals con Bashir y La Llegada, Ad Astra explora los límites del conocimiento humano y el alcance de una ciencia poco esperanzadora que parece regirse por fines comerciales, así como el impacto de las relaciones humanas y las obsesiones personales en la vida de un niño que no puede conocer ni sabe si querer o rechazar a un padre que, sencillamente, nunca conoció.
Vayan a ver a Pitt vestido de astronauta. Estoy segura de que se sentirán renovados al salir.
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