Netflix vuelve a las andadas con Su último deseo. Me gustaría charlar con la autora de la novela homónima, Joan Didion, para saber qué opina de la adaptación de su obra.
Movida por un sentimiento de culpa, una veterana periodista de Washington acepta un encargo de su padre. Y así, sin pretenderlo, se convierte en una traficante de armas para una agencia gubernamental encubierta y acaba implicada en la trama que ella misma intentaba destapar…
La sempiterna historia que confronta el periodismo y la política americana de finales de siglo XX. La enésima película en la que un o una periodista justiciera pretende sacar a la luz sucesos que se ven frenados por la máquina gubernamental, que ya sabemos, funciona a una frecuencia diferente a la verdad.
Mezclando el espionaje al estilo de Argo, la incursión en territorios de conflicto a lo Prueba de Vida, o la labor de investigación periodística en modo The post, esta película destila ganas de ser mucho mejor de lo que realmente acaba siendo.
Y es que, a grandes rasgos, y observada desde un prisma genérico, no encontramos un guión férreo, ni unos diálogos imponentes, ni un lenguaje visual absorbente, ni una dirección pulida, ni tampoco una sensación de expectación en sus casi dos horas de duración. Pero lo que más tedioso se hace en este tipo de dramas es la confusión. Cuando quieres imprimir demasiada inteligencia a un guion, sin un soporte claro, este se convierte en un sinsabor que no consigue captar a su público, tratándolo casi de tonto por dar lugar a que piense que no es capaz de entender lo que se plantea, cuando realmente lo que no se entiende es por qué no está bien planteado.
Tampoco hay una banda sonora específica ni ambiental que reviva ciertas situaciones posiblemente mejorables. Y si hablamos de la fotografía, se podría decir que es de primero de carrera. Sin intención, sin emoción, sin riesgo. Y esa es la tónica de esta cinta. Poco riesgo y demasiada pretensión. El único aliciente antes, durante y después de verla es ese excelso reparto principal que encontramos delante y detrás de cámara.
Se me hace complicado entender los continuos altibajos que marcan la carrera de Ben Affleck. No consigue encontrar una línea argumental sólida en su trayectoria. Con Netflix está entrando en un territorio bastante fangoso. Tras la decepcionante Triple Frontera (dirigida y protagonizada por él mismo), se adentra en otro papel y metraje ciertamente desalentador.
Luego tenemos a la versátil y camaleónica Anne Hathaway, que por alguna razón desperdicia su potencial y talento en demasiadas producciones que le hacen un flaco favor. Ella es la protagónica cara de esta película. El filme se centra al noventa por ciento en ella y su objetivo, pero nunca llega a entrar en el personaje de forma precisa y visceral. Quizá no sea su culpa, tal vez el problema sea la dirección o el enfoque de su personaje, pero esta periodista desmerece el nivel de una actriz que ha trabajado recientemente en sólidos títulos como Dark Waters, Modern Love o la archiconocida Interstellar. Su agente debería mejorar la selección de los guiones que acepta, si es que eso es posible en un mundo como el actual.
A estos dos contendientes les acompañan nombres como Willem Dafoe, Toby Jones o Bill Kelly. Por desgracia ninguno de esos garantes actores consigue elevar el nivel narrativo y escénico. Es como si la falta de emoción o fuerza de la trama se les hubiese contagiado. Y así, se va sucediendo escena tras escena, sin despegar en ningún momento, combinando lo que parece que va a mejorar con lo que no mejora. Esa sensación se instaura en el espectador, horadando su interés.
Y detrás de la realización está Dee Rees, directora de metrajes de gran calidad narrativa como Mudbound, o series de TV como Electric Dreams, Empire o When we rise. Sin duda una talentosa cineasta que con Su último deseo baja dos peldaños en su aún corta trayectoria. En ningún momento consigue crear una atmósfera atrayente. Es en los tonos ocres y arenosos donde pincela mejor las escenas, pero el filme tampoco goza de un gran montaje que ayude a conducir levemente una historia que se pierde en sus propósitos, si es que alguna vez los tuviere.
Como en otros tantos productos Netflix, es uno de esos lanzamientos que se venden mejor previamente de lo que merecen. De esas películas que deberían quedarse en el trailer para no acabar resultando una pequeña estafa a un consumidor de streaming que cada vez empieza a desplazar su interés de los largometrajes para reconstruir sus prioridades hacia las series y miniseries. Pese a que Netflix nos ha brindado oportunidades nada desdeñables como entre otras El irlandés, Historias de un matrimonio o Uncut Gems, sin duda el exceso de producción empieza a jugar en su contra. ¿Hace falta tanto catálogo de tan bajo nivel cinematográfico?
Sinceramente creo que no, no tenemos el tiempo ni las ganas suficientes como para iniciar tantas películas que no deseamos terminar. El futuro de estas plataformas, a mi parecer, es lograr fabricar un sello propio en cuanto a largometrajes basado en la calidad y no en la cantidad. De otro modo jamás acabará la polémica de intrusismo entre la pequeña y gran pantalla.
En resumen, y lamentándolo mucho pues no disfruto con ello, prefiero no recomendarla. ¿De qué sirve una crítica negativa? No lo sé, quizás no haga falta no recomendar las cosas porque acaban en el preciso momento que alguien acepta tu recomendación, pero si evito a alguien tener que ‘perder’ dos horas de su tiempo viendo Su último deseo en vez de ver por ejemplo la serie Hunters de Amazon Prime (estrenada el mismo día), pues algo bueno habré hecho por la vida, el cine y la paz mundial. A lo mejor exagero, pero hacía falta que alguien sobreactuara después de haberme tragado esta película un sábado por la mañana.