Corría el ocaso de la década de los setenta en Estados Unidos, los presidentes Ford y Carter se discutían el poder sobre una sociedad que todavía cicatrizaba las heridas de la guerra de Vietnam, y que se encaminaba hacia el ansiado fin de la Guerra Fría. Aires de cambio sobrevolaban los cielos norteamericanos, y la cultura, movida por sus corrientes, sufrió profundas renovaciones. Atrás quedaba ya la edad dorada de Hollywood y todos sus galanes, unos jóvenes Scorsese, Coppola o Spielberg empezaban a consolidar su nombre en las carteleras del país. Los comprometidos acordes de Dylan o Báez, abanderados de la contracultura, junto al virtuosismo de Chuck Berry y Jimmy Hendrix, entre otros, habían dado paso a la consagración del funk y el disco como los sonidos hegemónicos en los clubes de ocio nocturnos. No obstante, esta atmósfera de cambio no abrazó del mismo modo a toda la geografía estadounidense.
En Detroit, una de las grandes urbes del este americano, el final de los setenta venía confirmando un declive que se había iniciado hace una década. La otrora metrópolis abanderada de la industria y el futurismo estaba inmersa en un profundo estancamiento económico y social del cual derivó un profundo sentimiento de hastío en su juventud. Las generaciones nacidas en Detroit entre las décadas de los sesenta y ochenta habían heredado un legado vacío que se agravó con la robotización industrial, provocando que muchos de ellos se quedasen sin sus principales fuentes de ingresos. Comenzaba así una relación de amor-odio con la maquinaria, a la cual dotaron de una voz propia a través del nacimiento de un nuevo género; el techno.
Con la llegada de los ochenta, Juan Atkins, Kevin Saunderson y Derrick May, tres jóvenes estudiantes de secundaria decidieron empezar a componer sus propios temas bajo la denominación de The Belleville Three adquiriendo para ello cajas de ritmos como la TR-808 o sintetizadores como el MiniKorg-700S a unos precios irrisorios si se comparan con los que podrían alcanzar hoy en día. Fue así como influenciados por las renovaciones del hip hop, la música disco europea, siendo especialmente relevante en este proceso el grupo de electrónica alemán Kraftwerk, así como por el synth pop y el new wave, estos tres jóvenes de Detroit empezaron a desarrollar un nuevo género con el que dar un golpe encima de la mesa y revelarse ante una realidad tan cruda como poco alentadora.
Con el inexorable transcurso de la de la década muchos artistas y grupos entraron por la puerta que The Belleville Three había dejado abierta. Detroit se convertiría en la meca del Techno, siendo muchos los artistas quienes construirían con sus composiciones una de las mayores manifestaciones de la música suburbana norteamericana. Tras la consolidación del género, su expansión, como si de un virus se tratase, avanzó inexorablemente infectando a su paso a nuevos organismos. Primeramente se hibridó con el house de Chicago, género con el cual siempre había mantenido una cercana vinculación. A finales de los ochenta derivaría en una nueva ola en la que el techno se torna más minimalista en su composición y adquiere también un carácter más comprometido con la realidad política. Artistas como Carl Craig, o el colectivo Underground Resistance serían algunos de sus máximos exponentes. Gracias al impulso de grabaciones como Strings Of Life de Rythim Is Rythim o No UFOs de Model 500, donde participó el ya mencionado Juan Atkins, el techno no tardaría en cruzar el océano Atlántico para llegar al viejo continente, en donde prácticamente cada país formaría su propia escena, siendo en Gran Bretaña y Alemania donde lo haría con más fuerza. Precisamente, se le atribuye a Alemania del Este el hecho de ser la cuna del techno europeo, fruto del interés en la música electrónica por parte de diversos DJs germanos quienes, con el paso de los años, harían derivar al género en formas próximas al trance. Por su parte, Inglaterra daría una vuelta de campana a los postulados de Detroit creando una escena en la que la música se combinó con los opiáceos dando nacimiento a la cultura rave, a partir de la cual, el género se ramificó en formas como el acid techno o el IDM. A su vez, otros territorios como la costa mediterránea española e italiana o la gélida Escandinavia también sufrieron una cierta presencia del techno, sin llegar a estar nunca tan presente como en los territorios germanos y anglosajones.
El paso de los años provocó que todas estas manifestaciones se hayan ido dispersando, repuntando e incluso transformándose en otras nuevas demostrando que el techno, desde sus orígenes en Detroit, al igual que la materia, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. A día de hoy sigue estando presente en primera fila gracias a agrupaciones como The Prodigy, The Chemichal Brothers, o incluso el dúo francés Daft Punk. Su historia es la de la renovación, la del ave Fénix, un género elástico que accede a mutar con el fin de perdurar pero sin que esto implique intrínsecamente que deba renunciar a su esencia. Como se clamaría en las cortes medievales: el rey ha muerto, larga vida al rey.