Un grupo más, un concierto más encajonado dentro de una gira más, una multitud que se congrega bajo el imperativo del culto musical se toma un segundo de calma, de absoluto de silencio, lo justo y necesario para inhalar el frío aire de la noche, cuando de repente, un coro de violines irrumpen con tal violencia que convierte la atmósfera en un acto sacramental donde miles de almas corean al unísono uno de los himnos que han marcado a toda una generación; Viva la Vida.
Coldplay, exponentes de la última gran generación del pop rock británico, había sido hasta el 2008 un grupo caracterizado por su alternancia entre composiciones melódicas con letras íntimas y otras de un corte más crudo en el que irrumpen instrumentos más allá de las guitarras acústicas o el piano. No creo aventurarme en exceso al afirmar que no son pocos los que se enamoraron bajo los acordes de Yellow, o los que se quedaron ensimismados con In my Place, Coldplay ofrecía cada vez más motivos para pensar que la banda había encontrado su propia voz, su propio lugar en el panorama heredando elementos del hasta el momento su claro predecesor Radiohead. No obstante, la magnitud de la banda empezaba a requerir un cambio de rumbo en el que nuevas composiciones diesen testimonio de la consolidación de los londinenses como uno de los iconos de la música. Nacía de este modo Viva la Vida or Death and All His Friends, un álbum comparado en más de una ocasión con trabajos de U2 con el que Coldplay, bajo la imagen del icónico cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, daba un paso definitivo hacia la plasmación de su magnificencia musical dejando de lado su vertiente más intimista e incluyendo nuevos motivos con los que enriquecer su discografía. También las letras fueron mutando desde el ecléctico intimismo hacia otras vertientes como la crítica social presente en Violet Hill o el esoterismo de 42.
No obstante, sería con el single Viva la Vida con lo que todo lo comentado hasta ahora se conjugaría para dar origen a la que seguramente sea la canción más icónica de la banda. Viva la Vida no suponía simplemente un éxito más, era una vuelta a los grandes himnos, a composiciones capaces de extrapolar un sentimiento más allá de su composición con el que levantar a todo un graderío cantando al unísono como ya lo había hecho Queen con Bohemian Rhapsody, sin ánimo de comparar entre sí ambas obras. Violines, campanas, teclados y guitarras se acompañan en un viaje de retorno al pop barroco en el que las canciones adquirían un alto componente orquestal con el que generaban una atmósfera de grandilocuencia. Sin embargo, la gran baza donde reside el verdadero potencial de esta canción es en los entresijos de su letra. Alejada de la creencia popular de positivismo y motivación, impulsada por gurús de tonterías del calibre del mindfulness y derivados, Viva la Vida versa sobre la caída de un imperio ante los pies de su emperador, sobre lo que fue y ya no es y sobre el inexorable paso del tiempo y sus consecuencias. La versión más extendida afirma que la voz principal es la del monarca Luis XVI, derrocado junto a su familia en la revolución francesa, quien se lamenta de la fugacidad de su hegemonía instantes antes de su trágico final con versos como <<revolutionaries wait for my head on a silver plate>>, esta aceptación se ve apoyada por factores como la portada del álbum (el ya mencionado cuadro de Delacroix) y el videoclip dirigido por Anton Corbijn en el que Chris Martin deambula vestido de monarca por las calles de La Haya.
Sin embargo, hay otras muchas pistas escondidas que permiten llevar la interpretación de la canción a un nivel más profundo con el que sentir que la caída del monarca es la de cada uno de nosotros, la resignación de quien acepta su sino sin cuestionarse sobre el mismo tal como refleja con <<for some reason i can’t explain I know Saint Peter won’t call my name>>, en referencia a esto, cabe recordar que el título de la canción se debe a la pintura homónima de la icónica artista mexicana Frida Khalo, cuya biografía se integra tristemente en esta concepción.
Sea cual sea la interpretación que cada uno legítimamente decida hacer de la letra de Viva la Vida, es un hecho que la trascendencia de una composición tan relativamente próxima en el contexto temporal no ha de sorprender ni a propios ni a extraños, su combinación de potencia e intimismo supeditados bajo una de las obras más anempáticas de la historia reciente de la música. En esencia, Viva la Vida versa sobre la eterna hipérbole y a su vez paradoja a la que cada uno de nosotros sometemos a nuestros propios mundos, los cuales construímos y derrumbamos a cada instante reinando y deambulando por ellos como monarcas y vagabundos, pues tal como narran sus versos <<never an honest word, but that was when I ruled the world>>.
D. Andrade.