Ian “Lemmy” Kilmister nació en Burslem, en 1945, con un tímpano perforado y tos ferina, un hijo de la guerra a quién nadie daba demasiadas esperanzas. Sin embargo, aquel niño débil en ese entonces siguió dando batalla hasta diciembre del 2015, convertido -a esas alturas- en una auténtica leyenda del rock and roll. Los integrantes de su banda, Motörhead, cerraron el comunicado de la muerte de su líder con esta frase: «Nacer para perder. Vivir para ganar.»
El joven Lemmy
El padre de Lemmy lo abandonó cuando tenía solo tres meses. «Al verme supo que debía irse», contaba el bajista con un sarcasmo muy característico. Lo crio su madre y su abuela, fue un niño feliz pero solitario. «Recuerdo una infancia cojonuda hasta que se les ocurrió llevarme a la escuela». Esa niñez solitaria le permitió ser observador y no aburrirse, dos cualidades que le acompañaron en sus más de cuarenta años de giras.
Su madre se casó por segunda vez con un exfutbolista que tenía una hija y un hijo, ambos mayores que él. El padrastro era católico y cambió el apellido del niño “Kilmister” por “Willis”, ya que para la iglesia el que el pequeño Ian no tuviera padre lo convertía en un bastardo. Él rechazó esto durante su infancia y adolescencia. Y, por qué no decirlo, el resto de su vida.
De hecho, el nombre original de Motörhead hubiera sido Bastards, si Doug Smith no hubiera convencido a Lemmy de era un nombre poco agradecido.
El rock llegó por la radio y en dosis muy limitadas. El primer disco al que pudo echar mano fue «Knee Deep in the Blues» de Tommy Steele. Por aquel entonces onaban Gene Vicent y Eddie Cochran. Todo el mundo quería tener una guitarra y ser como ellos.
En el verano de 1957, un muchacho apareció con una guitarra y Kilmister lo vio rodeado de chicas. «Eso me pareció muy interesante». Recordaba que la madre de una prima suya tenía una guitarra hawaiana colgada en la pared de su casa. «La llevé a la escuela y me vi rodeado de chicas yo también y supe que había encontrado trabajo, luego tuve que aprender y justificar mi posición».
Un amigo de su hermanastro le enseñó tres acordes. Y así empezó . Uno de sus grandes ejemplos para aprender a tocar fueron los grupos de skiffle. Usaban instrumentos acústicos y construían bajos con cajas de té, tablas de lavar… todo valía con tal de hacer ruido.
El joven Ian Kilmister decidió ir en serio, tras oír al gran Little Richard, el más «salvaje» del rock and roll. Solo entonces, y en complicidad con su amigo Ming, se dejó el pelo largo y decidió marcharse a Manchester. La primera parada de un tour que duró toda su vida. Cerca estaba el descubrimiento de los Beatles, que lo cambió todo.
En Manchester y Blackpool conoció el mundo de las drogas y tomó por primera vez speed, su estimulante de toda la vida. Su iniciador fue Robbie Watson, una noche en el Venezia Coffee Bar. Robbie le ofreció en principio una jeringuilla, pero Lemmy prefirió tomar la anfetamina con una taza de chocolate caliente.
Rockin Vickers
El camino de nuestro protagonista empieza con una banda llamada Rockin Vickers. Un grupo beat que apareció en esta época, al igual que muchos otros, centrado en el R&B y el Beat. Según Kilmister, «esta fue una corta etapa de apogeo». Una época de locura, excentricidad, mujeres y speed. La banda hizo muchas giras y se volvió bastante popular en Blackpool y el norte de Inglaterra, pero no terminó de despegar. Poco a poco, el entonces guitarrista Ian Willis, vio claro que la banda no tenía mayores aspiraciones. Sobre todo, tras el fracaso de su sencillo It’s all right, que luego rescataría The Who en The kids are all right. Según los componentes, Lemmy quería irse a Londres y ellos quería seguir divirtiéndose en el norte.
Viaje a Londres
Lemmy dejó la banda y consiguió trabajo de DJ en un club de Ska. Un tiempo después, se armó de valor y decidió viajar a Londres solo. La excusa era una chance de encontrarse con John Lord, futuro tecladista de Deep Purple. La noche que llegó a la capital inglesa, se presentó en la casa de Ronnie Wood, de acuerdo a las coordenadas que le habían dado. Eran las tres de la mañana, cuando tocó la puerta y le abrió la madre de Ronnie. Su hijo no estaba en casa. «¿Tienes dónde dormir esta noche?», le preguntó la mujer. «No», respondió. Y ella le ofreció el sofá. Lemmy siempre estaría agradecido a la madre de Wood por ese detalle. En cierta forma, esa fue una señal.
Al día siguiente, cuando abrió los ojos se topó con la banda The Birds al completo. «Estaban allí mirándome, preguntándose qué demonios hacía yo durmiendo en el sofá de la casa de los padres de Ronnie». Pasó cuatro días en Londres con ellos, yendo de arriba abajo, una relación que le sirvió de mucho en esos tiempos.
No tardó en asentarse y hacer buenos contactos, que le llevaron a trabajar, nada menos que para Jimmy Hendrix. «Él cambió la forma de tocar la guitarra, podía tocar incluso con los dientes, haciendo un doble salto mortal y seguir». Un ser sobrenatural. Y Lemmy cargaba con su equipo de aquí para allá, colocado de LSD. Escuchaba cada concierto desde el Stage. «Tendrías que ver los backstages de aquellos años, nada de gente comiendo canapés como ahora. Se iba allí a aprender, los grandes músicos de esa época, todos escuchando y aprendiendo del maestro».
Pero el trabajo con Hendrix llegó a su fin. Y luego, como si una burbuja lisérgica se rompiera, Lemmy se encontró otra vez en el camino, sin dinero y sin trabajo. Así que se dedicó a vender drogas en el mercado de Kensington. Esta época también estuvo marcada por pastillas ansiolíticas y drogas de todo tipo.
Sam Gopal
A finales de los setenta, Lemmy ingresa en una fugaz banda psicodélica fundada en Malasia por su líder Sam Gopal, con el nombre original de «Sam Gopal Dreams», quien tocaba «tabla», un instrumento que reemplazó la batería en sus temas. Tras una primera disolución, Sam reorganizó la agrupación con su nombre, en la que Lemmy era vocalista y guitarrista. Los otros dos integrantes eran Roger D’Elia y Phil Duke. De esta banda queda un disco, «Escalator». Una verdadera joya si tomamos en cuenta que el joven Kilmister escribió once de los trece temas, tocaba la guitarra y aparece en un memorable video en blanco y negro, sobre una barca. El video nos muestra un Lemmy con chaqueta de cuero y pelo largo que canta, pero sus labios casi no se mueven.
Hawkwind
A pesar de la onda lisérgica y de estar dentro de la movida de los setenta, lo cierto es que Lemmy «caminaba sobre el vómito de los otros, con los bolsillos llenos de mierda y sin dinero». Seguía leal al speed y a través de esos trapicheos conoció a un tal Dikmix, perteneciente a una banda de rock espacial llamada Hawkwind, que lo presentó como una opción para reemplazar al bajista.
Lemmy considera que nunca fue aceptado del todo por la banda, más allá de la simpatía de la bailarina Stacia y su colega Dikmix. Los demás simplemente lo «toleraban». Unos estaban a tope de LSD, mientras Dikmix y Lemmy iban descarrilados de speed. Las frecuencias eran muy distintas.
No obstante, Lemmy recuerda esta banda como algo genuino, más ambiciosa, incluso, que Pink Floyd. Una banda muy honesta con la búsqueda de otras dimensiones dentro de la psicodelia, el punk rock y el hard rock. Era conocida además por sus espectaculares conciertos con Stacia en toples o con el cuerpo desnudo y pintado, el espectáculo de luces de Liquid Lenny o la actuación de un mimo mientras todo era grabado.
Hawkwind dio un paso al frente con sus nuevas incorporaciones y un mítico tema en el que Lemmy canta y toca el bajo: «Silver Machine». «Fui el último en probarme con esta canción, el cantante estaba enfermo, nadie quería que fuera yo, pero al final no hubo otra opción y lo hice al primer intento».
Lemmy no lo sabía, pero esa actuación, que le dio al sencillo el número 3 en las listas del Reino Unido, fue quizás el punto de quiebre en su imagen pública. Es cierto que su estancia en esta banda fue corta y su final fue casi traumático, pero es un punto clave para entender el futuro del rockstar.
En una gira por el Norte de los Estados Unidos, Lemmy fue detenido por posesión de drogas. Pasó unos días encerrado hasta que la banda pagó su fianza y pudo ir a tocar a Toronto, al que sería su último concierto con ellos. «Me despidieron a las cuatro de mañana», «pagaron la fianza porque no tenían reemplazo esta noche, fue muy triste». Y cuando lo dice, frente a las cámaras, tuerce un poco la boca en el documental de su vida: «Si no me hubieran echado, aún estaría allí».
Lo cierto es que, Lemmy se encontraba solo en América y antes de volver al Reino Unido decidió dar una vuelta por los Ángeles. Otra vez, él chico sin padre, sin banda. Otra vez el bastardo se dirigía a un nuevo mundo con una sola idea clara: «Rock and roll, ¿te enteras? Hacer ruido y molestar».
Pink Fairies y Larry Wallis esperaban a la vuelta de la esquina. También a la vuelta de la esquina le esperaban merecidos años de gloria al frente de su mítica banda Motörhead. La formación en la que Ian Kilmister dejaría su impronta. Velocidad, volumen y una vida en la carretera, pero también honestidad, sencillez y compromiso con sus fans. Una leyenda.
Enrique Carro