Hace unos meses, Keith Richard, legendario guitarrista de los Rolling Stones, anunció en plena cuarentena que la banda preparaba nuevo disco. De hecho, uno de los temas incluidos, Living in a ghost town, fue lanzado en abril por Youtube y Spotify. Se trata del primer tema original desde 2012. Mick Jagger escribió la canción un año antes de la pandemia, en los Ángeles, pero parece que hubiera sido escrita para este momento.
Keith Richard dice que no se quita la mascarilla ni para ir a la cama y que lo único que espera (como todos) es que se encuentre una buena vacuna y la banda pueda retomar la gira que cancelaron en marzo por el apocalíptico inconveniente que nos tiene a todos rehaciendo planes. Y que sea antes del sesenta aniversario de los Stones en 2022.
A pesar de las circunstancias, cuando uno lee sus respuestas, y siente el entusiasmo y la jovialidad en ellas, podría pensar que Keith sigue teniendo sólo una veintena de años. Sin embargo, Keef, como le llaman desde la escuela, cumplirá 77 en diciembre.
Lejos quedan esos viejos tiempos, de los que no recuerda gran cosa, cuando, en las marismas de Dartford y en toda Europa, se estaba acabando la segunda guerra mundial.
Infancia: «Yo no era más que un crío y ni siquiera sabía lo que era la ambición.»
Como muchas leyendas del rock de los años sesenta, Keith nació en una familia de clase trabajadora, escarmentada por la guerra. Si hace un esfuerzo, puede dibujar en su mente las ruinosas calles del este de Inglaterra y los aviones militares cruzando el cielo. Y si atiza el oído, puede oír a Doris, su madre, sintonizando con un arte insólito para él, la emisora que trae a casa la voz melodiosa de Ella Fitzgerald.
Doris fue la persona que lo introdujo en la música. Gozaba de un gran gusto musical y siempre tenía la radio encendida. Su padre, Bert, era más bien un tipo valiente, trabajador y mujeriego. Sin ambiciones, pero quién las tenía en aquel entonces. Eran tiempos para el coraje y el sálvese quien pueda.
Keith recuerda a sus padres: «Me los puedo imaginar pedaleando en medio de un ataque aéreo sin variar el rumbo, Bert delante, luego mi madre y yo detrás, en el asiento para bebés, expuesto a los implacables rayos del sol, vomitando por la insolación. Ha sido la historia de mi vida desde entonces: siempre en la carretera».
El abuelo Gus: «Si consigues tocar “Malagueña” puedes con cualquier cosa.»
Otro gran personaje de esa época es su entrañable abuelo Gus, con quien iban a pasear al perro, el señor Thompson, y a perder de vista a las mujeres de la casa.
Keith era el único nieto varón del viejo Gus, que vivía rodeado por su esposa, seis hijas y unas cuantas nietas. Así que cuando veía llegar a aquel muchacho, se lo llevaba a pasear al señor Thompson, casi siempre buscando algo de música.
Su abuelo tenía gran devoción musical. Cada vez que Keith llegaba a su casa, veía una guitarra sobre la tapa del piano de pared. «Cuando hayas crecido lo suficiente para llegar hasta donde está, te dejo que hagas la prueba», le prometía. Mucho más tarde, el guitarrista se enteró que su abuelo la ponía allí cada vez que su nieto venía a verlo. Era expreso, quería incitarlo, olía la fascinación del chico por los acordes.
Gus tenía un gran sentido del humor y el destino de esos paseos con el perro eran siempre inesperados. Un día fueron a ver las estrellas con el señor Thompson y el abuelo le dijo al pequeño Keith que no les daría tiempo de volver a casa, así que pasaron la noche al fresco. Y el chico atesoraba esos momentos, lo pasaba bien.
Keith tenía nueve o diez años cuando Gus le dejó tocar la guitarra que tenía sobre el piano. «Era una guitarra española clásica con cuerdas de tripa, una damita encantadora y dulce», recuerda. Su abuelo le enseñó lo básico y Keef, a base de repetir, logró tocar la Malagueña y, por supuesto, ese fue el inicio de un idilio que todos conocemos.
Mick Jagger: «¿Fue amor a primera vista?»
«(…) Si te metes en un vagón de tren con un tío que lleva bajo el brazo la grabación de Chess Records del Rockin’ at the Hop de Chuck Berry y The Best of Muddy Waters también, cómo no va a ser amor a primera vista», escribió Richard en su autobiografía.
Así fue, en la estación de tren de Dartford, Keith reconoció al chico rico y delgado de Kent, Mick Jagger, con quien había cursado la primaria.
Hasta entonces, 1961, el joven Keef, que estudiaba en una escuela de arte (Sidcup Art College), creía que era el único que conocía a Chuck Berry. De pronto, se estaba dando de bruces con un chico que no solo tenía todos los discos, sino que además tenía un grupo que también era fanático del R&B y, por supuesto, congeniaron a las mil maravillas. En cierta forma, fue en ese tren que se fundaron los Rolling Stones.
Lo bonito de esa amistad es que ha perdurado en el tiempo. Tanto que ahora, tanto después, siguen componiendo juntos y compartiendo risas. Lo que no quiere decir que hayan pasado por todos los estadios de una relación, cuyo punto de beligerancia máxima llegó a finales de los años 80, cuando la banda entró en estado de hibernación por causa del conflicto Jagger vs. Richard. De todas formas, se ha echado suficiente tierra sobre ese sisma y ha prevalecido el aprecio, respeto y cariño de los dos amigos de siempre. Y eso se debe a la música, claro, en la que han estado de acuerdo toda la vida.
Rolling Stones: «No teníamos nada que envidiarles a los monjes benedictinos»
Hay muchas historias sobre la hecatombe de drogas, fiestas, demandas y perdición sexual que sometió a la banda durante las giras de finales de los 60 y, sobre todo, la década de los 70. Sin embargo, eso nada tiene que ver con los inicios. En los que los Stones eran verdaderos estudiantes de la música que querían tocar.
El trabajo de Keith, Mick y el desaparecido Brian Jones era pura arqueología musical. Se trataba de ir buscando esos sonidos locales de la América profunda, día tras día. Y no era broma.
A pesar de que pegaron rápido en Londres y las chicas no tardaron en llegar, en aquella etapa, el que se iba a divertirse con alguna de ellas y dejaba el ensayo era considerado un traidor. En ese sentido, Keith Richard ha sido un verdadero monje benedictino del rock. «Durante muchos años he dormido, como media, dos veces por semana, lo que significa que me he mantenido consciente a lo largo de unas tres vidas» y dos de esas vidas (y quizás algo más) las ha dedicado a buscar el sonido de la banda. El resto, probablemente, tiene que ver con el verdadero sentido del blues. Puedes estudiar y quemarte los dedos durante años para encontrar la fórmula, pero parte de esa fórmula tiene que ver con el dolor, y eso solo lo encuentras en la vida. Tienen que romperte el corazón para que el blues salga de tus entrañas.
La fama: «Cuando hay tres colas de gente esperando para entrar al concierto que dan la vuelta a la puta manzana asumes que has tocado alguna fibra»
Nadie puede discutir la vigencia de los Rolling Stones. Hablamos de la banda más emblemática de R&B y pop de los años 60, 70 y 80. Y basta echarle una ojeada a su gira documentada por Sudamérica en el 2016, que terminó en la Habana, para darse cuenta de que los Rolling están un paso por delante, rompen las barreras del tiempo y su marcha no es de este planeta.
Pero lo que es la eclosión de la fama, de eso Keith recuerda, sobre todo, 1962. La estrategia de Ian Stewart, a quien Richard le adjudica todo el mérito, fue declararles la guerra a los grupos de jazz, imperantes en Londres. Pero ¿cómo le podrían quitar la silla a la mafia de la dixieland? Pues tocando en los intermedios de sus conciertos, por ejemplo, mientras Acker Bilk se tomaba una cerveza. Los Stones recogían esas migajas de tiempo y las iban convirtiendo en oro macizo tocando a Jimmy Reed. El público empezó a ir a los conciertos para ver al grupo del intermedio. Acker y compañía los odiaban. «¿Por qué no se van a tocar a una sala de baile?», les retaban. «Vayan ustedes, nosotros nos quedamos», respondía Keith con desparpajo.
Otro punto clave, fue convencer a Charlie Watts para que fuera baterista de la banda. Al principio, Mick, Brian y Keith pasaban frío y hambre para pagarle los bolos a Watts, pero la calidad de la música aumentó exponencialmente. Charlie venía del jazz y a Richard le costó lo suyo acostumbrarlo a tocar más fuerte y a estudiarse el blues a rajatabla. Pero Watts era un genio, vamos, el mejor.
Y así, llegó el contrato con Decca y la grabación de su primer single. Una canción de Chuck Berry, «Come on», una estrategia deliberada para obtener réditos comerciales, pero funcionó a la perfección. E inmediatamente estaban en la cresta de la ola: gira con Little Richard y compañía; los gritos de las adolescentes; y el viaje a América, el lugar de sus orígenes musicales, más todo ese back stage que esboza la leyenda de Keith y los Rolling más allá de la música.
Primera composición: «El famoso día en que Andrew nos encerró en la cocina de una casa de Willesden y nos dijo “inventaos una canción” no es leyenda.»
Keef, Mick, Charly y Ronnie, la combinación que más años a pasado junta dentro de la historia de la banda, están puliendo temas originales que van a formar parte de un nuevo disco en cualquier momento. Sin embargo, Los Rolling Stones no siempre tocaron sus propios temas. Eran un grupo que versionaba las grandes canciones del R&B americano y vaya si lo hacía bien.
Sin embargo, para crear un sonido única y exclusivamente Stones, había que ir un poco más lejos y producir canciones de cosecha propia. Por ello el mánager Andrew Oldham, tomó la sartén por el mango, y encerró a Jagger y Richard en la cocina. Él sabía que Mick escribía bonitas postales de amor y Keef tocaba la guitarra, y eso bastaba para componer canciones.
Así que ahí tenemos al dúo dinámico escribiendo frases en la cocina, durante horas. Hasta que Richard encuentra una que suena bien: «It is the evening after day». Y quizás Mick aumenta: «I sit and watch the children play.» Y pasa algo mágico entre ambos. «El caso es que, si encuentras el arranque de la canción, el resto es fácil, se trata de encontrar esa primera chispa. ¡y sabe Dios de dónde viene!»
Keef encontró que no solo era el guitarrista de la banda, sino que además podía componer su propia música. «No era sólo la expresión de otro; si era capaz de escribir mi propia música, podía empezar a expresarme yo también. Es casi tan intenso como la descarga de un relámpago.»
Y así nació el compositor, nada menos que con la famosa canción nostálgica As tiers go by, que por supuesto se hizo famosa en voz de otros intérpretes primero. «Si nos presentábamos con ese tema en aquellos días, nos hubieran roto las sillas en la cabeza.»
Anita Pallenberg: «Recuerdo el olor de los naranjos en Valencia. Cuando haces el amor con Anita Pallenberg recuerdas esas cosas»
En 1967, la relación entre Brian Jones y su novia Anita, una modelo italiana que traía loco a Keith Richard, no podía estar peor. La pareja solía irse a las manos y los puñetazos se convertían en una lanzadera de cuchillos y botellas, que acaban con Anita detrás de los sofás de las habitaciones de hotel y Brian Jones tirado en el suelo, desplomado por la ira y los ácidos. A cambio, las miradas entre Keef y Anita calentaban el aire.
Y en medio de ese torbellino de hormonas, Adams, Keith y Anita se tienen que ir del Inglaterra por problemas con la justicia. Así que toman un vuelo a París, se encuentran con una amiga de Anita, Deborah, y pasan la noche en una habitación los cinco juntos. Y al día siguiente, rumbo a Marruecos en coche, Brian Jones es internado en un hospital de Toulosse por neumonía. Así que él tendrá que tomar un vuelo a Tánger en cuanto se recupere, mientras los otros tres siguen la ruta atravesando España. Pero cinco minutos más tarde, Deborah (quizás consciente del percal) también es baja y se regresa a París.
Así que Keef y Anita cruzan los Pirineos, rumbo a Valencia. Un tal Tom Keylock, que había sido soldado de la batalla de Arnhem, era el chofer, mientras en el asiento trasero, los dos jóvenes traicionaban al tirano convaleciente de Brian.
Keith recuerda que era febrero y empezaba la primavera en España. El marco perfecto para empezar un idilio que se mantuvo durante poco más de diez años. Una relación divertida y tumultuosa que recorrió los años más exagerados de la banda. Cuenta Richard, que Anita fue una de las razones por las que él y Mick Jagger empezaron a distanciarse a mediados de los setentas, cuando Mick y Anita se enrollaron en la grabación de la película Performance.
Anita Pellenger y Keith Richard tuvieron tres hijos. Marlon, Angie y Tara. Este último, lamentablemente, falleció a los diez meses de muerte súbita, cuando el guitarrista estaba de gira en París. Esa misma noche, tras enterarse, participó en el concierto, alegando más tarde que no había encontrado otra forma de enfrentar la noticia.
La pareja se separó en 1979, extenuados por la tragedia de su tercer hijo y por la adicción a la heroínal. Keith se había desenganchado, pero Anita seguía hundida en el miedo y la paranoia propia de la adicción.
Sin embargo, siguieron viéndose y mantuvieron una relación amistosa. Aún cuando Richard rehiciera su vida con la bella Patty Hansen.
Keef: «Tú nunca maduras»
Así justifica su dilatada carrera como guitarrista, compositor, escritor, actor y mito viviente, que espera quitarse pronto la máscara y salir de bolos como ha hecho siempre.
En los primeros instantes del documental sobre su vida, Under the Influence, Keith Richard confiesa que no sabía si iba a superar los treinta. Hasta que llegaron los treinta y uno, y vio que no estaba tan mal. Y así ha ido de uno en uno, intensificando las notas o alargándolas, dependiendo del viento.
Es increíble que el creador de Satisfaction sienta que, aún en las postrimerías de la vida, puede seguir creciendo. Ha formado dos familias, tiene una incalculable fortuna material y espiritual, ha viajado por todo el mundo, ha amado, ha vivido la tragedia y ha salido a flote de una adicción peligrosa y asfixiante. Y todo eso es el blues que rastrea desde los primeros años, es esa la melodía desgarrada que todavía persigue, día tras día. «Terminas de crecer cuando estás dos metros bajo tierra», nos dice Keef, «tú nunca maduras».
Enrique Carro
Supongo q cuando dicen Brian Adams hablan de Brian Jones.. más cuidado