La relación que la cultura popular ha establecido entre la música y la década de los ochenta lleva inexorablemente a pensar en dos grandes conceptos tan polares y a su vez tan complementarios como lo son el rock y el new wave. Por una parte, mientras que en el ámbito del rock se producía el ocaso de muchas de las bandas más míticas del género y la aparición de otras que relevarían su trono, la cultura del new wave arrasaba cual tsunami el día a día gracias a la irrupción de la música disco y el pop comercial. El cine y la literatura, especialmente el cómic, ayudaron a potenciar esta nueva ola haciendo del espacio exterior un sitio mucho más terrenal con títulos como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Dune (David Lynch, 1984) o Watchmen (Alan Moore, 1986).
Los ochenta eran el epicentro de la ficción entre la renovada tradición del rock y el futurismo de la new wave. Entre el bar de carretera de Nashville y las luces de neón de Miami. Dos astros en aparente colapso, obligados a compartir un escenario común en el que desenvolverse. No fueron pocos los intentos por abrazar ambas disciplinas y conjugarlas bajo un único sello, como tampoco fueron pocos los intentos fallidos y las producciones de obras carentes de sentido y significado. El reto de hibridar rock y new wave no era cuestión baladí y requería del talento que solo una de las grandes bandas de la historia del rock podía ofrecer; Dire Straits, quien tras lanzar al mercado Money for Nothing lo ponía todo patas arriba.
Corría el caluroso verano de 1985, el mundo, conmocionado por la crisis humana que acechaba el continente africano, se congregó en torno al Live Aid, un evento musical sin precedentes que aunó a ingentes masas de público tanto en Londres como en Philadelphia con el fin de ayudar a paliar el sufrimiento que asfixiaba a África. En el evento, que será recordado por la legendaria actuación de Freddy Mercury al frente de Queen, tomaron parte muchos de los grandes artistas y bandas de la época como Bowie, Gilmour o la recién coronada reina del pop, Madonna. También lo hizo Dire Straits abriendo su pase con la icónica Money for Nothing, estrenada apenas dos semanas atrás. Aquella soleada jornada del 13 de julio la banda londinense convertía a los más de 70.000 espectadores presentes en el estadio de Wembley en testigo s de la comunión entre el hard rock y el new wave.
Mark Knopfler, vocalista y guitarrista de Dire Straits, concibió este tema desde un inicio como un punto de giro en la discografía del grupo, empezando dicho cambio por si mismo, al sustituir su icónica Stratocaster por una Gibson Les Paul en homenaje al tono que lograban incorporarles a sus canciones los texanos ZZ Top. También se incluyeron sintetizadores, acercando la obra al new wave, y la participación del célebre Sting, amigo personal de Knopfler, quien participa cantando unos versos al inicio del tema y acompañando en los coros.
La letra también ofrece un amplio abanico de elementos fruto de análisis, empezando por el origen de la misma, que se atribuye, según los mentideros, a una conversación que el propio Knopfler escuchó en primera persona entre dos dependientes de una tienda de Nueva York en 1984. Encandilado con la jerga empleada por estos sujetos, dotó al tema de un tono despreocupado en el que la primera persona la ocupa un dependiente frustrado que contempla con resignación la vida de lujos que llevan las estrellas de rock en comparación a su monótona rutina. El propio vocalista definió en una entrevista a este sujeto como un “bruto e ignorante” poniendo en su boca palabras que traerían una enorme polémica para la banda, que fue acusada de sexista y homófoba por versos como: <<See the little faggot with the earring and the makeup? Yeah buddy, that’s his own hair. That little faggot got his own jet airplane. That little faggot, he’s a millionaire>>. El uso de despectivos como faggot (marica en castellano) fue entendido por muchos como una indirecta hacia otros artistas de la época, generándose una controversia de tal magnitud que la banda decidió sustituirlo por otros términos en diversas actuaciones.
Por su parte, el videoclip también ofrece numerosas particularidades al ser uno de los pioneros en el empleo de la animación digital. Realizado bajo la técnica de la rotoscopia, el vídeo combina al protagonista animado en 3D, con imágenes reales de la banda y otras de archivo en las que se hace uso de efectos especiales para potenciar y añadir nuevos cromatismos. A pesar de que en un primer momento la banda se mostraba reacia al uso de la animación digital, fue todo un éxito. Llegó incluso a alzarse como el vídeo del año en los prestigiosos MTV Vídeo Music Awards, además de suponer un referente para futuras producciones.
En definitiva, difícilmente una banda podría añadir más matices de los que añade Dire Straits en una única composición, tan genial como controvertida, Money for Nothing supone un punto y aparte no solo en la discografía de la banda londinense, sino también en la historia del rock.
D. Andrade