Lluís Quílez dirige Bajocero, una cinta protagonizada por un siempre resolutivo Javier Gutiérrez. Acompañan ilustres como Karra Elejalde, Luis Callejo o Patrick Criado. Martín (Javier Gutiérrez), un policía que destaca por su rectitud, se ve obligado a hacer un traslado nocturno de presos atravesando una zona aislada y pobremente comunicada. En estas circunstancias, el autobús carcelario que conduce sufre un asalto. A partir de aquí, todo son preguntas.
Producida por Morena Films, Amorós Producciones, ICIC y Televisión Española para ser distribuida por Netflix, Bajocero es una película desenfadada y entretenida, de acción trepidante y con un guión que, sin ser magistral, atrapa desde el principio y sorprende en sus momentos finales. No diré que sabe a producción de mucho más presupuesto, pero no deja ese regusto a cine de segunda clase que a veces acompaña a la popular plataforma. Es agradable ver como sobrevive el séptimo arte en tiempos donde la inmensa mayoría de las salas adolecen de una infranqueable falta de atención. Como extra, y con la trampa de que es propiamente Netflix quien distribuye la cinta, tiene mérito, en tiempos tan difíciles, ver al cine español ser tendencia en la plataforma, último bastión en donde en estos días el cine puede seguir siendo rentable.
Se agradece la desconexión, la intriga y el ritmo de una cinta que se presenta a priori bajo la sencilla premisa de reos y policías. Una clara distinción entre inocentes y culpables que se va difuminando conforme avanza una historia donde casi nada es lo que parece. Los enemigos acérrimos pasan a ser aliados improbables. La premisa de este thriller policíaco de aire carcelario es además su mayor atractivo: situar a los presos y al carcelero de un mismo bando en una lucha por la supervivencia donde el propio furgón blindando es a la vez cárcel y fuerte contra el enemigo. Conforme pasan los primeros minutos, lo que parecía ser un elaborado intento de evasión, torna en algo más oscuro, más humano y aterrador: la venganza. La cinta gestiona con acierto los detalles de la historia, va desvelando a cuentagotas los motivos de cada una de las partes implicadas. Huye del maniqueísmo e ilustra lo difícil que es mantener la brújula moral bien orientada cuando la justicia choca de plano con los torpes mecanismos que la articulan. Esa dualidad termina por trasladarse al propio protagonista, que tendrá que decidir entre seguir las normas o hacer justicia.
Bajocero sabe valerse de los clichés y los utiliza a su favor para despistar y contruír una historia que, si bien no te marcará para el resto de tu vida, cumple la honrosa labor de abstraerte del mundo durante un par de horas.
Alfonso Rois