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La Serie: Black Sails o cuando los monstruos amaron

Nueva Providencia. Año del Señor de 1715.

Los imperios español e inglés, en guerra desde hace años, se disputan el dominio de los territorios de las Indias Occidentales en el mar Caribe. Sólo una isla resiste los continuos intentos británicos de someterla a su gobierno: Nueva Providencia. Y su principal ciudad, Nassau, es el perfecto ejemplo de obstinación e insistencia en una libertad que molesta y mucho a la todopoderosa Inglaterra. Si la situación política les parece de por sí desafortunada, esperen a que les cuente la historia de un grupo de hombres que pretenden hacer arder el mundo para librarse de la opresión inglesa y reclamar su derecho a autogobernarse y rebelarse contra un imperio que sofoca y aplasta a cuantos no se doblegan a la voluntad que Londres dicta. Les hablo, por supuesto, de los piratas, hartos de la permanente sensación áspera de la soga alrededor del cuello. Y entre ellos, el más temido y el más grande de todos: James Flint.

A Flint le mueve una razón poderosa: cinco millones de libras en lingotes de oro español. El oro, que pertenece al rey Felipe V, lo transporta el navío Urca de Lima (un barco y un tesoro reales, para su información), y Flint, que es muy consciente de que ese oro puede ayudar a financiar sus planes para que Nassau alcance su tan ansiada libertad de Inglaterra, consigue el cuaderno de bitácora donde está detallada la ruta del galeón. Su principal aliada es Eleanor Guthrie, que dirige el mayor negocio de mercado negro de la isla; la señorita Guthrie es una mujer respetada, temida y odiada a partes iguales que comercia sin demasiados escrúpulos con la mercancía que roban los capitanes piratas y, en la práctica, dirime los asuntos de toda Nassau. Unidos por su interés en construir una Nassau libre, Flint y Eleanor se las verán con el pícaro John Silver, capaz de lo que sea para mantenerse vivo y sacar tajada de toda ocasión que se cruza en su camino. Silver roba la página que informa sobre la ruta del Urca y se une a la tripulación del Walrus como cocinero. Cuando los dos socios descubren su treta, no les queda más remedio que aliarse con él para ir en busca del oro.

De izquierda a derecha: El capitán Flint, John Silver y Eleanor Guthrie

Ésta es la premisa de las cuatro temporadas de Black Sails, estrenada por el canal Starz allá por 2014 y que finalizó de forma conmovedora en 2017. La serie fue concebida como precuela de los hechos narrados en el clásico de Robert Louis Stevenson La Isla del Tesoro, que relata las aventuras del joven Jim Hawkins y sus compañeros cuando parten a bordo de La Hispaniola en busca del tesoro enterrado en una isla remota por el legendario capitán Flint, el más sanguinario y salvaje pirata que jamás haya vivido. Durante el transcurso de su viaje, Jim conoce a algunos de los antiguos miembros de la tripulación de Flint, como Billy Bones, poseedor del único mapa que muestra la ubicación de la misteriosa isla, o Long John Silver, antiguo contramaestre de Flint en su navío, el Walrus, y hombre de gran astucia y aguda maldad que camina sobre una pata de palo. Black Sails, concediéndose algunas licencias, pretende situarse veinte años antes de estos sucesos y revelar cómo empezó todo, cómo nacieron y evolucionaron estos hombres y, sobre todo, quién era y qué razones impulsaban al capitán Flint.

Servidora se ha visto de nuevo esas cuatro temporadas en dos días para poder escribirles algo con sentido, así que sean indulgentes y perdonen mi evidente parcialidad cuando les relate la forma en la que los hechos que la serie cuenta me ha hecho reflexionar sobre la propia condición humana. Procuren además no cometer mi error y tomarse tamaña producción a la ligera cuando les diga que está a cargo de Michael Bay (Transformers), un cineasta que me ha hecho preguntarme en innumerables ocasiones por qué siguen permitiéndole hacer películas. Black Sails es un producto poderoso y bien pensado y ejecutado, con un presupuesto mucho más limitado del que cabría imaginar (nada que ver, por ejemplo, con los entre 8 y 9 millones de dólares que costaba producir cada capítulo de Roma); dotada de un muy notable trabajo actoral –especialmente por parte del protagonista, Toby Stephens, hijo de la archiconocida Maggie Smith– y contando con unas localizaciones envidiables a lo largo de la costa de Sudáfrica, la serie conduce al espectador a la tan explotada Edad de Oro de la Piratería, entre los siglos XVII y XVIII, que nos dejaría los nombres y las fechorías de algunos de los más famosos piratas de todos los tiempos.

De izquierda a derecha: Charles Vane, Jack Rackham y Anne Bonny.

Independientemente de algunos personajes procedentes directamente de La Isla del Tesoro a los que la serie aporta una dimensión real, Black Sails nos presenta a su propia manera –aunque conservando la esencia histórica de sus protagonistas– a Charles Vane, capitán del Ranger y pirata extraño y alejado de las convenciones que queda retratado como un salvaje con buenas razones para serlo (su paso por la tercera temporada es memorable, recuérdenlo); a Jack Rackham, astuto intendente de Vane y posteriormente capitán del Colonial Dawn, que parece más acostumbrado a manejar el dinero que el barco (el verdadero Rackham, a quien se conocía como Calicó Jack por la vestimenta de este material que solía llevar, fue el creador de la Jolly Roger, la bandera pirata compuesta por una calavera y dos sables cruzados bajo ella); a Anne Bonny, una de las pocas mujeres pirata de las que tenemos noticia y amante de Rackham, marcada por un pasado traumático que se refleja en una personalidad violenta (la Bonny histórica, una rebelde de buena familia, consiguió escapar de la horca y terminó sus días casada y con ocho hijos); a Edward Teach, a quien sin duda conocerán como Barbanegra, capitán del Venganza de la Reina Ana y hombre de gran envergadura que atemorizaba a todos cuantos se enfrentaban a él, interpretado por el magnífico Ray Stevenson (el capitán Teach tenía la costumbre de prenderse fuego en su larga barba para asustar a sus contrincantes); o a Benjamin Hornigold, pirata famoso por su actitud mucho menos viciosa y salvaje que la de sus compañeros y marino con el que empezaron sus carreras muchos de los que luego se harían famosos. Mención especial merece la breve pero impactante aparición del que se considera el más sádico, cruel y temido de los piratas, Ned Low, capitán del Fortune, que, les prometo, no decepciona.

Ned Low

En esta misma Nassau que alberga sanguinarios bucaneros convive una variedad de interesantes personajes, buscavidas que se ganan el pan de la manera que pueden y que no vacilan a la hora de cambiar lealtades, guardar secretos y cometer crímenes para sobrevivir y, a ser posible, prosperar en un mundo que no ha sido en absoluto amable con ellos. Puede parecernos moralmente reprobable –y lo es– pero el universo que presenta Black Sails es hostil y poco agradecido, conformado por una realidad que desgraciadamente resulta cada vez más familiar. Muy pronto encontramos a Max, una prostituta mestiza con gran habilidad para recolectar secretos y utilizarlos para sus propios fines; al señor Scott, un esclavo que supervisa las operaciones del negocio de Eleanor y que es, se lo aseguro, mucho más de lo que parece a simple vista; o a Miranda Barlow, una mujer inglesa amante de Flint y clave para entender qué mueve realmente a éste a actuar como lo hace.

Max con Eleanor Guthrie

Black Sails guarda en su haber muchos méritos pero para ésta a la que leen el más importante quizá sea el de ser la primera serie en la que me embarco en la que sólo un personaje –dos con suerte y no hasta el final– me cae realmente bien. Hablo del señor Gates, oficial del Walrus y segundo de a bordo de Flint, un hombre práctico que cree en los sueños de su capitán y hace cuanto puede para allanarle el camino cuando a éste se le mete entre ceja y ceja alcanzarlos a su tan personal manera, pero que con su responsabilidad y sentido común se atreve a su vez a hacerle frente cuando considera que sus ambiciones exceden los límites morales por los que él se conduce. Es posible que pueda incluir en esta lista tan breve al capitán Hornigold, defensor de un código de honor que parece del todo imposible que abandone. En cuanto al resto, recuerdo bien la sensación de cabreo casi permanente que me producían durante aquellos primeros episodios; me parecía que Eleanor era estúpidamente orgullosa, que Flint llevaba aquello de “el fin justifica los medios” al extremo, que Silver no albergaba ningún tipo de decencia, que Anne se pasaba de violenta porque sí, y que a Vane sólo le importaba su propio culo aunque predicase lo contrario. Y entonces la serie continuó y me desmintió, todos estos pobres diablos, esclavos de sus más fervientes deseos de libertad, prosiguieron su camino y me mostraron sus temores y preocupaciones más profundos, me explicaron por qué su presente era el que era y actuaron en el futuro dejando bien claro que nada era tan simple como parecía.

De entre todos ellos, me producía especial inquina el propio Flint, atrapado en sí mismo y necesitado de deshacerse de su propia leyenda si quiere sobrevivir y, lo que es más importante, que sobrevivan los demás. Pero en ningún momento de la historia parece interesado en la supervivencia de nada que no sea su guerra personal contra Inglaterra –cuyas razones me parecieron más que legítimas cuando las conocí–, y es este hecho que llega a resultar profundamente enervante el que provoca las reacciones más desmedidas en aquellos que se encuentran bajo su protección. Su tripulación lo respeta pero también lo teme, conoce su valía como líder pero no tolera la mentira permanente que el capitán arroja sobre ellos. Porque a Flint se le da asombrosamente bien mentir para lograr lo que anhela. No crean que lo hace por maldad o porque no le importen las vidas de sus marineros, lo hace porque está convencido de que la naturaleza humana es inmutable, de que no se puede situar a un hombre frente a la verdad y esperar que la comprenda, la acepte y actúe en consecuencia –Flint ya se ha enfrentado a ello en su pasado–, porque sólo unos pocos son capaces de hacerlo, él entre ellos. Y James Flint cree hallarse en posesión de la verdad, eso queda más que claro a lo largo de toda la trama; su arrogancia resulta exasperante no sólo para el espectador. La facilidad con la que se gana enemigos haciendo alarde de esta actitud resulta asombrosa (atención a Billy Bones y su caída al abismo, convirtiéndose casi en la perfecta antítesis de Flint en un momento dado), y alcanza el clímax hacia el final, cuando es otro el que tiene que salvarlo de sí mismo.

Long John Silver

Este otro es John Silver –que a estas alturas se ha convertido ya en Long John Silver–, que sufre su propia evolución. Y digo “sufre” porque continuamente da la impresión de que, incluso cuando parece más convencido, se resiste a ella. La leyenda de John Silver crece imparable a lo largo de la historia y lo coge por sorpresa mientras continúa intentando sacarse las castañas del fuego para vivir un día más, hasta que decide que su única salida es estar a la altura de ella y actuar en consecuencia. John Silver se convierte en la voz de los que ya son sus hermanos piratas frente a la tiranía de Flint, sufre por y con ellos y procura mantener la cordura frente a los acontecimientos que se le vienen encima, pero me parece que es ante todo un hombre cansado que merece un respiro de una vida que en realidad no pidió. Para saber si lo consigue tendrán que esperar hasta el final. Su amistad con Flint se convierte en una carga que lo sitúa justo en medio de las intrigas contra él que emergen de parte de la tripulación, pero John nunca olvida lo que significa para él y la decisión que termina tomando tiene consecuencias terribles y conmovedoras para todos.

Black Sails es también una historia de amor con profundas implicaciones en la vida de los personajes y en la propia trama, y muestra a hombres y mujeres asustados de sus propios sentimientos y desesperados por comprender un mundo que les niega ese amor. Las distintas sexualidades aparecen representadas en la historia en ocasiones de modo magistral y uno llega a sentirse inevitablemente identificado con el sufrimiento de quienes se ven obligados a ocultarlas o renunciar a ellas por el bien de las apariencias. Hay, por supuesto, quien no lo hace, lo cual resulta refrescante y estimula una empatía que no termina nunca. Otro tema que la serie trata es el de la esclavitud; no debemos olvidar que estamos en un momento en el que el tráfico de esclavos y su envío a plantaciones, donde se los somete a trabajos inhumanos y a la violencia de capataces contratados para mantenerlos a raya, es el pan de cada día. Liberar esclavos no es el objetivo de estos piratas pero saben que son un valor añadido a su causa, que los necesitarán para la lucha que está por venir, y dado que comparten una aspiración común terminan por hacerlo y los incorporan a sus batallas. Destaca la presencia de Madi, una mujer negra libre que acaba por formar parte de la alianza entre Flint y Silver como líder de las comunidades esclavas.

No quiero hacer spoilers innecesarios y me estoy acercando peligrosamente a ellos, así que terminaré comentando que Black Sails es una serie refrescante en una parrilla monótona. No conozco una serie de piratas a la que le haya ido exactamente bien (es para olvidar aquel experimento español llamado Piratas que no pasó según recuerdo de los ocho episodios) y Black Sails empezó zozobrando peligrosamente. Pero desde que los piratas se pusieron a guerrear y capturar botines la serie alzó el vuelo sin mayor problema. Sus productores no quisieron abusar de la gallina de los huevos de oro y no la extendieron más allá de lo necesario, dándole un final perfecto en el momento adecuado. Si buscan una historia atrapante, sobrada de aventuras y falta de tonterías, Black Sails es lo que necesitan.

(Y no olviden que el 19 de septiembre se celebra el Día Oficial de Hablar como un Pirata, me lo agradecerán).

By Nymphetamine


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