Título: Der junge Karl Marx
Director: Raoul Peck
Guión: Pascal Bonitzer, Raoul Peck
Elenco: August Diehl, Stefan Konarske, Vicky Krieps, Hannah Steele, Olivier Gourmet, Alexander Scheer
País: Francia, Alemania, Bélgica
Año: 2017 (Estreno en España: 19 de enero de 2018. Más información.
Raoul Peck, exministro de cultura de Haití, dirige esta coproducción franco-alemana, que narra las peripecias de Marx, Engels y sus allegados desde su primera salida de Alemania hasta la publicación del célebre Manifiesto Comunista. Der junge Karl Marx es el retrato de un tiempo apasionante, y consigue mantenerse entretenida en todo momento sin perder su carácter realista.
Corre el año 1843 y Karl Marx (Diehl), periodista en la célebre Gaceta Renana, recibe malas noticias. Sus artículos sobre la opresión que los propietarios de la tierra ejercen sobre los desposeídos han conseguido molestar a las autoridades prusianas, que han enviado a la policía a clausurar la Gaceta. Su redacción reúne a buena parte de la llamada Izquierda Hegeliana, principales representantes del pensamiento progresista alemán. Alguno de ellos le reprocha a Marx el carácter radical de sus artículos, sin los cuales la revista podría continuar su andadura, pero el joven filósofo los mira desafiante: para él, hacerse eco de la verdad es más importante que la preservación de la Gaceta y sus empleos. Inmediatamente después, la policía irrumpe en la redacción para arrestarlos.
El cierre de la Gaceta empuja a Marx a trasladarse con su mujer Jenny (Krieps), a la capital francesa buscando continuar su lucha sin la interferencia de las autoridades políticas. La familia se encuentra en París un panorama político en el que la lucha obrera está todavía influida de manera profunda por el pensamiento utópico ilustrado: la figura principal es Pierre-Joseph Proudhon (Gourmet), a cuyo círculo Marx no tarda en acercarse, trabando conocimiento con figuras como el anarquista Bakunin y el pintor realista Gustave Courbet. Marx simpatiza abiertamente con Proudhon, pero sus teorías y análisis lo dejan insatisfecho, así que no pierde la oportunidad de poner de manifiesto los defectos filosóficos presentes en las argumentaciones del francés, que encuentra en el joven alemán un formidable compañero de debate.
En París nace también la amistad que unirá a Marx con Friedrich Engels (Konarske), un joven industrial textil alemán residente en Inglaterra que ayuda a administrar la empresa familiar mientras estudia las pésimas condiciones del proletariado británico. Su encuntro supondrá el choque y la mezcla de dos pensadores convergentes que intentarán, mediante el diálogo, convertir sus análisis del presente en herramientas para el cambio.
En las escenas en que trata su encuentro, Peck nos muestra, a través de un delicado juego simbólico, las diferencias existentes entre dos personajes que el paso del tiempo habría de hacer inseparables. Marx cabalga apasionado a lomos de la historia, y clama con orgullo contra toda filosofía pasada; Engels, por su parte, se muestra más cauto, y su furia es menos generalizada. Aunque es mucho más lo que los une que lo que los separa y la suya nunca llegue a ser una historia marcada por el conflicto, las magníficas interpretaciones de Diehl y Konarske no dejan espacio para que sus personalidades se confundan.
Durante su estancia en París, Engels formará parte de la familia de Marx, y se convertirá junto con Jenny en su principal apoyo y confidente. Por desgracia, tanto esta agradable convivencia como la estancia de Marx en París se verán interrumpidas de manera violenta: las autoridades prusianas y francesas, temiendo que la acción de los subversivos pueda poner en peligro el orden burgués, los obligan a huir del país. Marx y Jenny se refugian en Bélgica, donde sufren problemas económicos que son aliviados por las remesas de dinero que Engels les envía desde Inglaterra.
Después del nacimiento de su segunda hija, la pareja decide aceptar la invitación de Engels para instalarse en Londres. Allí aprovecharán el clima político de la cuna de la Revolución Industrial para tratar de contribuir con sus ideas al progreso de la clase obrera.
La profundización en el estudio de las realidades sociales de la industria británica les aporta a Marx y a Engels nuevas energías y argumentos para su encuentro con el capítulo inglés de la Liga de los Justos, sindicalistas afectos a las ideas de Proudhon. Entre ellos aparece Wilhelm Weitling (Scheer), a quien la pareja ya había tenido oportunidad de conocer en su etapa parisina. Nuestros protagonistas descubren que la evolución de sus posturas los ha conducido a importantes divergencias con Weitling, y acaban por enzarzarse con él en una tensa discusión.
El conflicto entre la posiciones de Weitling y Marx revela una de la debilidades que muchas veces afectan al discurso de la izquierda económica: la tensión entre la necesidad de crear profecías utópicas para apasionar a las masas y sus posibilidades reales para transformar la sociedad. Weitling defiende en sus apasionados discursos teorías cercanas a las promesas cristianas: el Amor, el Paraíso y la Armonía forman la abstracta columna vertebral de un relato carente de substancia, que busca arrojar al proletariado contra los patrones sin educarlos en el contexto de su propia situación. Para él, basta con que tomen conciencia de la opresión a la que son sometidos: ya habrá tiempo para determinar el camino a seguir una vez se haya ganado la batalla.
Es a estos pensadores a quienes se pueden aplicar las críticas que de manera errónea se suelen esgrimir contra Marx (y que, por desgracia, tantas veces son correctas cuando se aplican al marxismo): Weitling busca el mero cultivo de la rabia y la revuelta y se contenta con alimentar la furia obrera; Marx es, antes que nada, un filósofo y un economista, en búsqueda de un análisis fidedigno de la realidad. En la aparente alegría del sentimentalismo de Weitling se esconde, en realidad, una beligerancia irreflexiva mucho más peligrosa que la frialdad analítica de la que hace gala Engels cuando discute con él: la simple revuelta no sirve más que para derramar sangre si no tiene un objetivo y unos principios racionales que la animen.
La creciente influencia de Marx y Engels conduce a la transformación de la Liga de los Justos en el Partido Comunista, que necesita de un Manifiesto que marque, precisamente, sus objetivos, principios y métodos. La impresión de su primera edición da cierre a la película, y las imágenes que acompañan a los créditos nos hablan con tono esperanzado de la enorme influencia del proyecto comunista sobre nuestro presente.
En una de las últimas escenas, Jenny y Mary Burns, la mujer de Engels (Steele), que habían mantenido un papel de apoyo durante el resto del metraje, protagonizan uno de los momentos de la película en que mejor se aprecia el talento de Peck para caracterizar con sutileza: en su conversación y sus emociones se aprecian perfectamente las diferencias entre sus orígenes, sus fortalezas y sus enfoques al respecto de la liberación de la mujer.
Aunque la película no está exenta de inexactitudes, el tratamiento de temas filosóficos es mucho más riguroso que en, por ejemplo, Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), que caía en anacronismos y simplificaciones en supuesto beneficio del valor didáctico y el entretenimiento. El guión de Peck y Bonitzer demuestra la posibilidad de construir un suspense y una tensión narrativa que, alejadas tanto de las constricciones habituales del cine comercial como de la pesada pretensión de un realismo al pie de la letra, consiguen acercarnos de manera fidedigna a una realidad difícil de atrapar en celuloide: la psicología de quienes tratan de comprender las reglas de su propio tiempo. Muchas películas tratan la opresión sufrida por las clases desposeídas, y quizá aun sean más las que se aproximan al fenómeno político, pero hay pocas en las que se dé cuenta de la articulación entre ambos universos como en El joven Karl Marx. La vida de Marx se convierte en demostración ejemplar de la dificultad de adoptar una posición crítica: su juventud será una sucesión de carencias económicas, huidas y desencuentros. Es el precio que la máquina hace pagar a quien intenta desmontarla desde dentro.
Dimas Fernández Otero