Con el advenimiento de la última encarnación cinematográfica del Joker y los, en mi humilde opinión, merecidos premios que le ha grangeado a su intérprete Joaquin Phoenix, se ha extendido por las redes el debate sobre cuál de las representaciones hasta ahora vistas es la mejor. Yo mismo me he encontrado ponderando en varias ocasiones los méritos de unas sobre otras.
No cabe duda de que, tratándose de un personaje multigeneracional que ha pasado por no pocas iteraciones desde que asomara su exagerada e icónica sonrisa en las viñetas de Batman #1 en 1940, la perspectiva que cada uno de nosotros tenga del personaje puede diferir mucho según la época y el medio a través del cual lo hayamos conocido. En mi caso, aunque recuerdo vagamente haber visto algunos episodios de la serie protagonizada por Adam West (con César Romero) y, de forma mucho más vívida, la serie animada de los ’90 (con la inconfundible voz de Mark Hamill), mi primer contacto con la variopinta galería de villanos de Gotham fue gracias a la característica visión de la lente de Tim Burton en su ‘Batman’ de 1989. En esta película, se nos presenta como principal antagonista a un Joker con las no menos características facciones de Jack Nicholson.
Esta cinta también supuso para mi la primera vez que vi una historia de origen del personaje. En su primera versión cinematográfica, dicho origen encajaba con los tropos más clásicos de las viñetas de la época y de las décadas anteriores: individuo inestable es deformado física y/o psicológicamente por algún producto químico y completa su transformación en colorido supervillano para proceder a vengar una lista de agravios o, simplemente, sembrar el caos. Entretenido y resultón pero conceptualmente plano.
A pesar de poseer una estética definitivamente comiquera, la historia supone el primer paso hacia un tratamiento más serio de este tipo de adaptaciones, en parte debido a lo tétrico y decadente de la vida y el ambiente de Gotham, pero también a la oscuridad y ambigüedad moral de muchos personajes y a tratarse de la primera aparición en la gran pantalla del que es, sin lugar a duda, el dúo de superhéroe y supervillano sin superpoderes por antonomasia, lo cual siempre les dará cierto toque de realismo que no se puede tener con muchos otros.
Así pues, en el ’89 tuvimos a un Joker que dejó una huella imborrable en el imaginario colectivo y que resultaba retorcido e inquietante pero tenía todavía mucho de gángster de dibujo animado y se movía por unos escenarios casi teatrales.
Tendrían que pasar cerca de treinta años para que un, para muchos, aún desconocido Heath Ledger, de la mano de un reputado Christopher Nolan, nos ofreciese una reimaginación que nadie vio venir pero que todos deseábamos sin saberlo del Príncipe Payaso del Crimen en ‘El Caballero Oscuro’ de 2008.
No sólo la ambientación de toda la trilogía de Nolan está mucho más anclada en la realidad que la casi onírica versión de Burton, sino que Ledger se sumergió de tal manera en el concepto de la locura inherente al personaje que a muchos nos queda la duda de hasta qué punto no tuvo algo que ver con su trágica muerte.
El paralelismo que se me hace más evidente es que Joker está escrito en esta película para encajar con ciertos tópicos y temáticas recurrentes de la época presentes, no únicamente en los tebeos, ya que nos encontramos en una era en la que la separación e independencia de unos medios respecto a otros es cada vez más difusa. Así, la némesis de Batman se comporta como un agente del caos que parece no tener respeto alguno por la new wave criminal de Gotham ni por una sociedad abocada al consumismo más exacerbado, que llega a ser denominado como (o, en todo caso, comparado con) un terrorista y que no pretende otra cosa que ser el espejo en el cual los ciudadanos de todas clases puedan ver reflejado lo peor de si mismos y del mundo que están construyendo.
Lo retorcido de este Joker no tiene límites en comparación con el de Nicholson, que incluso nos hacía testigos de su claro y definido origen, mientras que el de Ledger podría ni siquiera saber como llegó a ser lo que es. En el film del ’89, el Batman de Michael Keaton resultaba más aterrador que su antagonista mientras que aquí ocurre todo lo contrario y llegamos a ver al personaje de Christian Bale, con todo su entrenamiento, su gran intelecto y sus enormes recursos, completamente impotente frente a un enemigo que no sabe como combatir y a una ciudad sumida en el pánico.
En definitiva, estábamos en otro nivel, hasta el punto de que muchos consideran a este Joker como el verdadero protagonista de la cinta.
En tonces vino David Ayer. No habían pasado más que ocho años y era, en mi opinión (y en la de muchos), demasiado pronto para volver a sacar el personaje a la palestra pero David o Warner bros. o los guionistas o quien quiera que fuese creyeron que era necesario para introducir a Harley Quinn en el irregular universo cinemático expandido de DC. Ésto no deja de ser cierto dada la conexión entre ambos, pero no vamos a discutir lo necesario u olvidable de ‘Escuadrón Suicida’ de 2016, en la cual el Joker de Jared Leto acaba teniendo un papel casi residual a pesar de la gran cantidad de metraje que se llegó a rodar con él.
No hay mucho aquí que se pueda analizar aparte de la estética a medio camino entre pimp ochentero y estrella del trap tapizada de tatuajes carcelarios y cadenas de oro que hace alarde de una actitud propia de niño rico desheredado que acabó vengándose y haciéndose con el negocio familiar de tráfico de armas, con ínfulas de mafioso pero comportamiento de matón y que desayuna speed y merienda MDMA, viviendo en una perenne fiesta que es incapaz de disfrutar porque nunca se ganará el respeto y el cariño de su padre al cual, probablemente, haya asesinado con sus propias manos.
Hay que decir que el listón estaba realmente alto y este no era el mejor contexto para hacer algo remotamente comparable con el personaje, aparte de lo caótico de la producción en sí, que fue uno de los motivos principales del resultado final que se nos presentó. Para mí, fue una pena, porque consideraba que Leto podía haber aportado algo nuevo e interesante, pero las circunstancias no se lo permitieron. Un desperdicio.
Finalmente, llegamos a la más plausible versión de todas las que nos hemos encontrado hasta ahora. En una cinta que supone una historia de origen de principio a fin, Todd Phillips se encarga de dirigir al famosamente excéntrico Joaquin Phoenix metido en la piel (y poco más que piel) de Athur Fleck, quien no se convertirá en el personaje titular hasta los últimos minutos de ‘Joker’ (2019).
Alejado de los convencionalismos y clichés anticuados de los comics en los que nació, de la grandiosa y solemne espectacularidad de las obras de Nolan y de las modas y arquetipos modernos y reciclados que causan furor entre la juventud millennial, este Joker nace de las profundidades de una sociedad consumida por el materialismo y la idolatría de figuras públicas carismáticas y poderosas. Una sociedad cuyos miembros, salvo contadas excepciones, terminan por dar la espalda, rechazar y vilipendiar todo aquello que les resulta extraño o inconveniente y que directamente ignoran, a la hora de la verdad, lo que perciben como algo distante o que no les puede afectar. Una sociedad en la cual incluso aquellos que, por vocación o por contrato, se dedican a ayudar a los más desfavorecidos, acaban por rendirse desesperanzados frente a la falta de apoyo institucional y la casi nula empatía de sus congéneres.
Mientras tanto, en la otra cara de la moneda, los ricos y poderosos viven en su burbuja, completamente disociados de lo que ocurre en el “mundo real”, porque su realidad es otra y harán lo que sea para protegerla, sin dar mucha consideración a las personas que tengan que dañar en el proceso.
Éstos y otros factores, como el historial de abusos y el complejo cuadro psiquiátrico del propio Arthur, acaban haciendo que se convierta en uno de esos ídolos de masas, sólo que la masas que lo idolatran representan todo el desprecio y la frustración acumulados por los estratos más bajos de esa disfuncional sociedad y, quizá, una especie de locura colectiva de la misma. Una poderosa oleada de descontento, desencanto y furia que ya sólo quiere ver arder el mundo, sin pensar siquiera en lo que vendrá después de las cenizas. Y un caótico líder que representará y aprovechará ese poder surge en el clímax del tercer acto, como decíamos, con un Joaquin Phoenix que se apodera de todo lo que representa el personaje para transmitir esa impredictibilidad, ese desasosiego, esa fuerza primordial.
Diré para terminar que, a título personal, considero al Joker de Heath Ledger como el mejor en oposición a su archienenmigo; el mejor como supervillano, como némesis del Caballero Oscuro. Sin embargo, si hablamos de la exploración del personaje a nivel dramático, en su propio contexto (aunque haya las obvias conexiones con el futuro mundo de Batman), he de quitarme el sombrero y hacer una reverencia a todo el equipo que ha hecho posible que veamos esta última cinta.
Alexandre D.