Nunca me ha resultado demasiado atrevido afirmar que Quentin Tarantino es el director más importante de su época. El de Knoxville fue la cabeza más visible del boom del cine independiente en los 90, y a partir de ahí, cada una de sus películas ha sido tratada como obra de culto desde el primer segundo de su etapa de producción. Él fue quien nos enseñó, a toda una generación de espectadores, el arte de la referencia, de la recuperación de lo que parecía perdido, del diálogo por el diálogo, del anacronismo, de la estilización de la violencia…, Tarantino nos lo ha enseñado prácticamente todo, y más que nada, nos ha demostrado que en su ser yace algo que, a ratos, parece casi enfermizo: una cinefilia obsesiva. Esto es algo de lo que quizás adolece un poco Once Upon A Time In Hollywood, aunque más que eso, el problema radica en que, cuando en films como Kill Bill, la referencia era un porcentaje detrás de la escena que acompañaba a esa cosa indefinible que simplemente te hace sentir que hay un exceso de genialidad ante tus ojos, en ésta, la referencia parece, en ocasiones, ser el 100% de la escena y eso hace que, por momentos, un servidor, no acabe de ver a Tarantino, y en otras ocasiones, lo vea en exceso. La película, en ocasiones, se pierde en la referencia.
De todos modos, Once Upon A Time In Hollywood es una película impecable. Con una indudable destreza técnica, la cámara se mueve por las calles de Los Angeles durante 160 minutos que nos quieren recordar qué significó 1969 para la meca del cine americano. Un año en el que los iconos de la hombría estadounidense, ruda y republicana, están muriendo para dar paso a un nuevo estatus, quizás más demócrata, menos “hombre” y más hippie. Esta evolución de los John Wayne a los Jim Morrison es como una auténtica bala de cañón para Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una antigua pseudo-estrella del western que ve como su varonil figura ya no encaja en la industria que siempre le ha dado de comer. Junto a él Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de acción, una persona que, aunque ve su vida en una tesitura similar, enfrenta su devenir con mayor dureza y así parece sufrir menos el cambio, o quizás pasar de él totalmente. El dúo de estrellas funciona perfectamente, como era de esperar con un maestro de marionetas como Tarantino, pero da la sensación de que el dueto de personajes protagonistas no funciona tanto, y se echa en falta un poco más de pegamento entre ambos.
Ante los ojos, o más bien el portal, de esta pareja, tenemos a Sharon Tate (Margot Robbie), la joven, y ciertamente soñadora, actriz casada con Roman Polanski que fue víctima de un brutal asesinato a manos de La Familia, el grupo de seguidores de Charles Manson. El reparto se completa con nombres como Al Pacino, Emile Hirsch, Dakota Fanning, Bruce Dern o Kurt Russell.
La historia parte de los personajes de DiCaprio y Pitt, ficticios, para irse mojando de realidad a medida que nos vamos encontrando, no sólo con Sharon Tate, también con Bruce Lee, Steve McQueen…y toda una serie de retazos de aquella California tal y como la recuerda Tarantino, que ya vivía en Los Angeles hace 50 años. Así, la decadencia de Rick Dalton parece ser el eje central de una película que, como no podía ser de otra manera, cuenta con un soundtrack lleno de grandes canciones, además de continuos recuerdos y alusiones a la emisora 93 KHJ, que según el realizador “se escuchaba a todas horas en L.A. en aquella época”.
De esa realidad, cuya luz está copada por Tate, emerge una oscuridad: La Familia, y aquí parece que Quentin nos va a abrir una parte desconocida de su abanico, pero da la sensación de quedarse en una insinuación.
Todo esto, incluídos los, siempre por momentos, extraños diálogos, pies femeninos y demás parafernalia tarantiniana que nos recuerda quien se sienta en la silla del director, desemboca en, como no, un clímax violento, que, como siempre, despierta y despertará algún que otro “ya tardaba”.
En definitiva, Once Upon A Time In Hollywood es una gran película, cine en estado puro, pero eso es sólo un denominador común a toda la obra de Quentin. Estoy seguro de que algunos esperábamos un poco más. Si fuese la primera película de un joven y nuevo director, cualquier persona en su sano juicio titularía “Increíble opera prima del nuevo Quentin Tarantino”, pero, este es el Quentin de verdad y, en la escalera que es la filmografía del director, Once Upon A Time In Hollywood parece más un cómodo rellano desde el cual apreciar la privilegiada visión de todo lo que ya se ha subido, que un escalón más que nos descubra otra sorpresa de la siguiente planta.
Si la pregunta fuese ¿Merece la pena verla en el cine? La respuesta sólo podría ser: Joder, pues claro, es Quentin Tarantino, y a pesar de todo, aunque quizás su característica frescura no acabe de verse en la pantalla, la maestría y sabiduría de una auténtica leyenda viva del cine se palpa en todas y cada una de las imágenes que salen del proyector.
Javier Sobrado
Mejor no se puede explicar…