Hoy comienzo una serie de nuevos artículos, en este caso, dedicados a la música electrónica. A no ser que seas un erudito, para ti y para muchos la electrónica ha supuesto noches y noches de música bailable, horas y horas de himnos, sinfonías para ciudadanos del siglo XXI basadas en ritmos que nos aportan euforia y empuje moral. Para mí no había mayor placer que terminar la época de exámenes (en mi época de joven estudiante) y ponerme algún temazo de djs nórdicos para vibrar con la libertad del verano, con su sol y sus noches cortas pero eléctricas. Otros djs o bandas nos trasmitieron con su música un baile rabioso y, en sus letras, ganas de gritarle al mundo. Hablaremos de todo esto, por supuesto, pero algunos se pueden remontar a épocas anteriores, a los 70 u 80 con artistas como Jean Michel Jarre o los pioneros del sonido electrónico moderno, los incombustibles alemanes Kraftwerk. No os preocupéis, también hablaremos de ellos.

Pero si he de comenzar una serie de artículos sobre electrónica no puedo más que irme a los inicios y reverenciar al hombre que visionó todo lo que tenemos hoy: Karlheinz Stockhausen. Él y sólo él comienza en los años 50 una serie de experimentos con aparatos electrónicos – en estudios futuristas para la época- a partir de sus experiencias con la música concreta y el serialismo junto con su maestro, el gran Olivier Messiaen. Stockhausen se mete en estudios plagados de aparatos complejos para crear los primeros sonidos electrónicos en la música formal, y su interés derivará en que otra mucha gente quiera experimentar y crecer en este estilo. Todos, absolutamente todos los músicos electrónicos posteriores, le deben a Stockhausen su afán de experimentación y sus deseos de crear algo completamente nuevo. Son famosas sus imágenes en estudios musicales repletos de complejas máquinas que realizan su sueño electrónico. Claro, no os vayáis pensar que es música bailable y divertida. Son experimentos, a veces mezclados con instrumentos clásicos como el piano, que producen extraños sonidos y complejas melodías que beben de la experimentación de autores clásicos del siglo XX con, por ejemplo, el dodecafonismo del gigante austríaco Arnold Schönberg, que con su música avanza ya todo lo que puede llegar. No digo que os hagáis fans de Stockhausen (además de música electrónica tiene experiencia en la creación de modernas piezas para piano o ciclos de sinfonías bajo el nombre de “Licht”), es una música muy compleja hecha para escuchar y pensar, pero os recomiendo que escuchéis alguna pieza (su obra está en parte en Spotify) y veáis donde empezó todo y a donde ha llegado. Sólo como experimento.

Pero hay más en estos inicios, y al siguiente nombre quizá lo conozcáis más, Robert Moog. En efecto, os puede sonar mucho pues este hombre creó el primer sintetizador bajo una marca con su apellido de nombre, los sintetizadores Moog, allá por los años 60. En principio los creó para la experimentación de otros compositores que estaban siguiendo la estela de Stockhausen, como Herbert Deutsch, pero sus demostraciones de sonido hicieron que muchos músicos comenzaran a querer tener un sintetizador en sus creaciones y el invento, mil veces mejorado hasta la actualidad, ha servido de parte principal de la composición o acompañante de lujo en bandas de música popular, del pop al rock pasando hasta por el metal industrial, y por supuesto ha sido la base fundamental del 99% de todos los músicos electrónicos desde los 60 hasta el día de hoy, por lo que solamente le podemos dar gracias a Robert Moog por su maravilloso trabajo.
Con estos dos pioneros cierro el primer artículo, deseando que os haya gustado. A partir del próximo mes hablaremos ya de músicos influyentes en la historia de la electrónica, tanto pasados como actuales, esperando que bien reviváis temas o bien descubráis a artistas que os gusten.
Esto es todo por ahora, ¡Salid ahí a bailar!
Manuel J Maside